4 jun 2014

Un nuevo modo de gestión de los individuos

Las salas de espera de los psiquiatras, de los psicólogos y médicos generalistas -primeros prescriptores de psicotrópicos-, están desbordadas de gente que no puede más y tienen como último recurso la medicina y la psiquiatría. En realidad, esta medicalización no es solamente un mal menor, respuesta inmediata a un riesgo inminente. Constituye todo un sistema montado alrededor de una concepción de la medicina fundada sobre la prevención -la máquina económica y social debe funcionar a pleno, habría que prevenir antes que curar- y sobre la persona que debe ser actor responsable de su salud y de sus actos. Y los “expertos” -muy lejos del “coloquio singular” entre el médico y su paciente- están ahí para ayudarlo: no tiene que fumar, no tiene que beber, deberá hacer deporte, y comer cinco frutas y verduras por día y si es obeso, no es porque sea pobre y se alimente con comida chatarra, sino porque no sabe “manejar” el sobrepeso y por lo tanto, su vida. Se sabe que en cada versión del famoso DSM, el manual mundial de la psiquiatría, elaborado por la asociación de psiquiatras americanos, decenas de “patologías nuevas” han hecho aparición. En otras palabras, para las necesidades de la industria farmacéutica y las compañías de seguro, el DSM contribuye a hacer que un número creciente de hechos de la vida se transformen en patologías que hay que tratar. Se trata de “inventores de la enfermedad”, según la expresión del periodista alemán Jörg Blech. El DSM es la medicalización de la existencia inscripta en el mármol. En realidad se trata para el sistema, de dominar al individuo en lo más intimo de su ser.  
A partir de aquí, si nos interrogamos acerca de la “salud mental” en términos “positivos”, nos empantanamos, porque es casi imposible de definir con precisión lo que es el famoso concepto que es una bolsa de gatos ideológica. Pero si se considera que la “salud mental” es ante todo un modo de gestión de los individuos en un contexto de crisis profunda del sistema -en particular en lo referente a la dimensión humana- se comprende mejor porque la dicha “salud mental” ha tomado tanta importancia en el curso de estos últimos años. La salud mental no es la búsqueda del famoso “bienestar” del cual tanto se nos habla. Es a la vez la respuesta al “malestar” generalizado del cual se empieza apenas a hablar, y la respuesta a la exigencia cada vez más tiránica de la performance y de la competitividad (como dice un sociólogo, Alain Ehrenberg, vivimos en una “sociedad del doping”). Podemos preguntarnos: ¿por qué la salud mental deja de lado a los locos? Un primer paso para la respuesta viene dada por un profesional poderoso de la psiquiatría oficial francesa, Philippe Cléry-Melin. En un informe escrito en 2003 al Ministerio de la Salud, indicó que el Estado no puede -por razones económicas- ocuparse a la vez del psicótico y de la madre de familia deprimida y que se debe priorizar esta última. Es cierto que el sufrimiento psíquico de masa constituye un problema mucho más acuciante políticamente que el destino de algunos centenares de miles de psicóticos.
En realidad la psiquiatría es cara porque reposa en la presencia humana de los equipos. Lo que es insoportable al sistema que considera a los enfermos mentales como inútiles definitivos, es decir, que no podrían nunca ser recuperados por la máquina económica. Dicho de otro modo, la psiquiatría -cuando se ocupa de la locura- no constituye, a sus ojos, una inversión. Se han suprimido miles de camas, pero no se han organizado los medios suficientes para generar estructuras descentralizadas. Se cuestiona la psiquiatría de sector y se quiere instalar en su lugar un sistema en dos tiempos, el hospital para gestionar la crisis y el sector médico-social -y cada vez más lo social y la caridad- para hacer frente a la cronicidad. La consecuencia de esta política es el abandono del tratamiento. Se impone a los equipos, que no pueden más, las reglas de manejo de una empresa, y se les impide hacer su trabajo -lo que constituye una forma de someter el «trabajo vivo», o dicho de otro modo, lo más vital del trabajo-, reduciendo lo más posible su verdadera función, y cuestionando la psiquiatría centrada en el sujeto. La elección de los poderes sucesivos es entonces gerencial y financiera. Esto es, desde ya, la apertura de una vía rápida para una concepción de la “psiquiatría como negocio”, de la cual el señor Cléry-Melin es uno de los felices sostenedores. Cléry-Melin es propietario de seis clínicas reservadas a esos franceses que “pueden pagar por su salud”, como él dice, o sea los más ricos. Existen entonces lo que el psiquiatra Pierre Bailly-Salin -una de las figuras del desalienismo- llama ”dos psiquiatrías: una para los nobles, y la otra para los innobles”.