29 abr 2018

Amar al otro en su libertad, una experiencia transformadora


Extractado de: DEMETER Y EL TEMOR AL RECHAZO, 
"...Ese otro al que quiero poseer, asegurarme su amor, no es cualquiera. Estamos tratando un conflicto con “otro”, bien especial. Otro, del cual quiero su aceptación, una aceptación total, sin juicios ni condiciones, aceptación que, de ser posible, la experimentaría como distensión profunda. Ese otro del cuál añoro su aceptación, ella o él, que me atrae, me seduce y me complementa. El ensueño de su aceptación me transporta imaginariamente a los espacios del amor, de la unidad, a espacios de lo sagrado.

Una vez que el otro ha despertado en mí esa posibilidad de distensión profunda, quiero ser aceptado por esa persona. Ese otro puede ser alguien real, o una persona ensoñada, o incluso una entidad de tipo espiritual. Pero quiero ser elegido, ser digno y amado por ella.

Es una contradicción querer ser aceptado por el otro y para ello forzarlo de alguna manera, ya que es ese forzamiento lo que impide que pueda registrar la distensión que busco. Sin embargo, emulo el sometimiento como si fuera aceptación, de algún modo traduzco su resignación como aprobación. Esta contradicción es una dirección mental que lleva al aumento de la cosificación y de la violencia sobre el otro.

Este forzamiento del otro, cuya atracción imagino que me distiende profundamente, está torciendo la condición de una relación paritaria, creando una relación de dependencia y confusa. El forzamiento aun sutil, degrada al otro, y no será posible experimentar la aceptación añorada. Las reservas que experimento por parte del otro hacia mí o directamente el rechazo del otro, va provocando en mí ansias, celos, deseo de posesión, rabia, sentimiento de injustica y para evitar este sufrimiento busco los modos de doblegar su voluntad.

Desde la hipótesis de que el temor al rechazo de la persona amada es un núcleo cultural de dolor, que la aceptación de la persona amada se experimenta (o se cree que se experimenta) como unidad y trascendencia, que la conciencia intenta resolver este nudo mediante la posesión del otro y compensar ese adueñamiento por medio de una negociación, es que estudiaremos el modo de transferir este núcleo doloroso.

...

Y si los vínculos que creamos en vida son inmortales. Si el vínculo entre yo y tú, no se deshace con la muerte del cuerpo, sino que su sustancia es una esencia que se incorpora al propio ser. La experiencia de la muerte de la persona amada refuta las ideologías que tenemos sobre la muerte. La experiencia nos muestra que el vínculo se fortalece y su presencia no desaparece, sino que se va interiorizando hasta fundirse en el propio ser a medida que aumenta la reconciliación con la persona y su partida. La trascendencia del vínculo es evidente y en general se lo atribuye un fenómeno de memoria, pero pudiera tratarse de una experiencia mucho más espiritual que psicológica. Aceptar que el vínculo no muere y que por el contrario se fortalece no sólo por el recuerdo, sino por la reconciliación, es una reflexión de profundas consecuencias para el sistema de relaciones que construimos en vida, pero también una intuición que debilita el poder de la muerte como realidad fáctica de lo humano.
..."

28 abr 2018

De "El Hacedor de Estrellas" 1937 de Olaf Stapledon

"9 - La comunidad de mundos
1. ATAREADAS UTOPIAS

Llegó un tiempo en que nuestra recién descubierta mente comunal alcanzó tal grado de lucidez que fue capaz de ponerse en contacto aun con mundos que habían superado notablemente la mentalidad del hombre terrestre. De estas elevadas experiencias apenas guardo un borroso recuerdo, reducido ahora al estado de mero individuo humano. Soy como aquel que en los últimos extremos de la fatiga mental, intenta resucitar las más sagaces intuiciones de su perdida lucidez. Solo recupera débiles ecos, y un vago encanto. Pero aun los recuerdos más fragmentarios de las experiencias cósmicas que me ocurrieron en aquel estado lúcido merecen ser registrados en estas páginas. En los mundos que alcanzaban a despertar de algún modo, los acontecimientos se sucedían aproximadamente como describiré aquí. El punto de partida, se recordará, era la situación que hoy vivimos en la Tierra. La dialéctica de la historia mundial presentaba a la raza un problema que la mentalidad tradicional no podía resolver. La situación mundial se había hecho demasiado compleja para una inteligencia común, y exigía a los jefes y gobernados un cierto grado de integridad individual de la que solo eran capaces unas pocas mentes. La conciencia había sido despertada violentamente de su primitivo estado de trance, y vivía ahora un extremo individualismo, un emocionante pero lastimoso autoconocimiento. Y el individualismo, junto con el tradicional espíritu tribal, amenazaba arruinar el mundo. Solo luego de una larga y arrastrada agonía de perturbaciones económicas y maníacas guerras, mientras la visión de un mundo más feliz era cada vez mas clara y obsesionante, fue posible llegar a la segunda etapa del despertar. En la mayoría de los casos ese despertar no sobrevenía nunca. La "naturaleza humana" o su equivalente en los distintos mundos no podía cambiarse a sí misma; y el ambiente no podía rehacerla.

Pero en unos pocos mundos respondió a su desesperada situación con un milagro. O, si el lector lo prefiere, el ambiente reformó milagrosamente el espíritu. De un despertar general y casi repentino se pasó a una nueva lucidez de conciencia y a una nueva integridad de la mente. Llamar a este cambio un milagro es solo reconocer que no podía haber sido previsto científicamente, aun con el más amplio conocimiento de la naturaleza humana tal como se había manifestado en los tiempos primitivos. A las generaciones más tardías, sin embargo, no le parecería un milagro sino un tardío despertar del estupor a la mera cordura. Este acceso sin precedentes a la cordura tomaba al principio la forma de una generalizada pasión por un nuevo orden social, justo, y que pudiera abrazar todo el planeta. Por supuesto, ese fervor social no era enteramente nuevo. Una pequeña minoría lo había concebido en el pasado, dedicándose por entero a su difusión. Pero solo ahora al fin, con el auxilio de las circunstancias y el poder del mismo espíritu, se extendía esta voluntad social por el mundo. Y con la pasión de esta voluntad, que hacía posibles los actos heroicos en seres apenas despiertos, se reorganizaba toda la estructura social del mundo, de modo que una o dos generaciones después todo individuo podía disponer de suficientes medios de vida, y de la oportunidad de mostrar adecuadamente su capacidad, para su propio placer y en beneficio de toda la comunidad. Era ahora posible que las nuevas generaciones entendieran que el orden mundial no era imposición de una tiranía, sino expresión de la voluntad general, y que habían venido al mundo ciertamente con una noble herencia, algo que justificaba la vida, el sufrimiento y la muerte. 

A los lectores de este libro un cambio semejante les parecerá un milagro, y tal estado una utopía. Aquellos de nosotros que procedían de los planetas menos afortunados tuvieron en seguida la experiencia alentadora, y sin embargo amarga, de ver como un mundo tras otro salían triunfalmente de una situación que parecía irremediable, de ver que toda una población de criaturas frustradas y envenenadas por el odio abrían paso a una generación donde todos los individuos eran criados con generosidad e inteligencia, de modo que no llegaban a conocer la envidia y el odio. Muy pronto, aunque no había habido ningún cambio en la base biológica, del nuevo ambiente nacía un pueblo que parecía una especie de cueva. Los nuevos seres superaban notablemente a los anteriores no sólo en salud, inteligencia, en independencia moral y responsabilidad social, sino también en salud e integridad de la mente. Y aunque se temía a veces que al suprimirse todas las causas de graves conflictos mentales se privaría también de todo estímulo a la actividad creadora de la mente, y crecería así una raza mediocre, pronto se descubrió que el espíritu no se estancaba de ningún modo, y se lanzaba al descubrimiento de nuevos campos de luchas y triunfos. 

La población mundial de "aristócratas" que florecía luego del gran cambio, estudiaba con curiosidad e incredulidad la edad precedente, y les era difícil entender aquella maraña de estúpidos motivos que habían guiado la acción de sus antecesores, aun los mas afortunados. Se reconoció que serias enfermedades mentales, plagas endémicas de ilusiones y obsesiones, debidas a la mala nutrición y a intoxicaciones diversas, habían atacado seriamente a la totalidad de la población prerevolucionaria. 

A medida que avanzaban los conocimientos psicológicos, la vieja psicología despertaba ese interés que sienten los modernos europeos por los mapas antiguos que distorsionan regiones y países hasta hacerlos irreconocibles. Nos inclinamos a considerar que la crisis psicológica que acompañaba al despertar de esos mundos se parecía al difícil paso de la adolescencia a la madurez; era realmente, en esencia, una aparición de intereses juveniles, un dejar atrás los juegos de niños, y el descubrimiento de los intereses de la vida adulta. El prestigio de la tribu, el poder individual, la gloria militar, los triunfos industriales perdían su encanto obsesivo, y en cambio las felices criaturas se deleitaban en las relaciones sociales civilizadas, en actividades culturales, y en la empresa común de la edificación del mundo.,"


Reinterpretación transferencial del mito de Abraham


"Abraham debe salir de Ur, su patria original. La sequía y el aumento de la población han agotado las condiciones de subsistencia. Desde esta ciudad al sur de la Mesopotamia, bordeando el río Éufrates, algunos emprenderán un largo viaje para encontrar futuro en tierras lejanas. Abraham tiene fe que en las tierras de los cananeos estará su lugar6. Una vez instalado allá, enviará a buscar al resto de su familia. La historia de Abraham es la historia de los millones de emigrantes que hoy salen de Asia y de África hacia occidente. Los infortunios que viven para acceder a la tierra del bienestar son terribles: esclavitud, miseria, prostitución, asesinatos, los cadáveres de los niños flotan al vaivén de las olas hasta vadear en las playas. La tribu de Abraham saliendo de Ur (sur de Irak), comerciando con los reyes del lugar y ofreciendo a Sarai a cambio de protección y hacienda, no se distancia demasiado de hoy7. Sobrevivir es el grito que tienen en el alma. Sobrevivir y después ayudar a sobrevivir a los que quedan atrás.

Los emigrantes del siglo XXI, llegan a los campos de refugiados, algunas mujeres procuran alimento a cambio de sus cuerpos, otras son violadas, algunos niños ríen, otros ya no. Los maridos sienten el dolor de la impotencia. Cierran los ojos, endurecen el corazón, pero sobrevivir es el instinto que brota del alma. Se aferran a su Dios que les da consuelo: esto pasará y pronto tendrán una vida mejor susurra la esperanza envuelta en lágrimas. Sólo Dios, Yahvé, comprende y tiene un plan para Abraham. Sólo Dios conoce el plan para cada uno de los seres humanos que están llegando a los campos de refugiados de Lesbo, de Idomeni, de Rigonce, de Lampedusa en el sur de Europa, los sirios en las fronteras de Turquía, los palestinos en Gaza, los africanos de Dadaab o Darfur.

Abraham abraza esa promesa de Dios y un día después de muchas penurias, logra asentarse en un pequeño poblado de Canaán. Tiene dos hijos, Ismael de su sirvienta y amante, Agar, e Isaac de su esposa Sara; ambos nacidos en este nuevo hogar ya lejos del periodo de la miseria y la esclavitud. Pero Abraham guarda rencor en los recuerdos. Recuerdos de las humillaciones que sufrió para salvarse y salvar a su tribu. Su corazón no es puro y está manchado de resentimiento a sus mujeres, a sus hijos y hacia sí mismo. Está también enojado con Dios que le exigió demasiado y lo obligó a estos sacrificios a cambio de una promesa: la promesa de una tierra, de una patria y de ser el padre de numerosos pueblos. Abraham se lamenta y se justifica porque tenía que sobrevivir, sólo él podía guiarlos en los peligros del desierto, sólo si sobrevivía existía la opción de salvar la tribu y a los que quedaron esperando en Ur. Sobrevivir era el impulso de su corazón, todo sería distinto en la tierra de Canaán, pero Dios le había exigido demasiado.

Abraham trata de borrar estos recuerdos espantosos de su memoria. No fue él el responsable sino Dios. Dios fue el responsable de que tuviera que salir de Irak con su tribu, Dios le indicó el camino a seguir y lo hizo cruzar reinos hostiles. Dios entrego a Sarai y a sus mujeres bellas al faraón a cambio de beneplácitos para él y la tribu. Dios está detrás de las peleas entre sus mujeres y es Dios el que expulsa a una de ellas a morir en el desierto y es Dios el que la salva a ella y a Ismael. Y es Dios el que permite fecundar a Sara en la vejez. Y es Dios el que exige la vida de Isaac en sacrificio.
6 “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré”. Biblia de Jerusalén, Editorial DDB ISBN: 8433023233, p.25.
7 Hubo hambre en el lugar, y Abraham bajó a Egipto a pasar allí una temporada, pues el hambre abrumaba el país. Estando ya próximos a entrar a Egipto, dijo a su mujer Saray: “Mira, yo sé que eres mujer hermosa. En cuanto te vean los egipcios, dirán: ‘Es su mujer’ y me matarán a mí y a ti te dejarán viva. Di por favor que eres mi hermana, a fin de que me vaya bien por causa tuya y viva yo en gracia a ti” (Ibid p25).

Así Abraham se deslinda de responsabilidad, pero la culpa ensombreció su corazón. Estos eran sus pensamientos mientras llevaba a Isaac al holocausto del monte Moriah. Tres días caminó por el desierto paseando su mirada interna en los hechos ocurridos y reflexionando.

¿Realmente era Dios el que llevaba a Isaac al sacrificio? ¿O era su rabia por Sara, su odio consigo mismo por todos los acontecimientos que significaron emigrar de Ur y salvar a su pueblo?
¿Era la voz de Dios la que escuchaba? ¿Acaso la escuchó alguna vez?

Escudriñó su corazón y sintió el miedo a morir. El miedo a que su tribu falleciera de hambre o a la intemperie devorada por los animales y serpientes del desierto.
No, no fue a Dios al que escuchó; nunca había escuchado a Dios. Fue el grito de su propia angustia y el de su temor a morir lo que obsesionó todo su ser. Ahora a punto de asesinar a Isaac tampoco es a Dios a quien escucha.

Un sentimiento de profunda soledad lo invadió. Ya no sabía si hizo lo correcto o se dejó llevar por sus instintos. El sol se perdía en las doradas dunas del horizonte, Isaac a cierta distancia de él, junto al altar apilado de leña observaba. Nunca había visto a su padre tan solo, tan abatido, observando morir el sol por la tarde, derrotado, sin lágrimas, sin nadie.

Abraham miraba su corazón. En su interior transcurría su vida entera, cada decisión que tomó desde que salió de Ur hasta el día de hoy, a punto de ofrecer a su amado Isaac en sacrificio. Eran sus decisiones, para bien o para mal, y nadie las había tomado por él. Su corazón se calmaba y una lágrima caía por la mejilla. Fue su intuición, su fe, también su temor, el que lo trajo hasta el último atardecer a punto de cometer el peor error de su vida. Pero también fue el amor a su familia, a su gente, a sus hijos y un amor desconocido a la posteridad. ¡Qué podía reprocharse a sí mismo!

La humanidad apenas amanecía, daba sus primeros pasos, balbuceaba sus primeras palabras. Por vez primera un hombre descubría su libertad y su angustia. Mientras meditaba cada vez más adentro de él, la paz entraba a su corazón. Por fin una verdad que podía decirse a sí mismo, comprendía el motivo sincero de sus acciones, sin juicio, ni culpa, ni rencor, ni venganza. Algo en él se conmovía cada vez que detenía su pensamiento en una de las decisiones que tuvo que tomar en esa soledad, una conmoción acompañada de una cierta vergüenza por echarle la culpa a Dios de las cosas que tuvo que hacer para salvar la vida de él y de los suyos.

Las estrellas ya cubrían la noche y la cúpula del cielo de azul fulgente iluminaba como nunca antes la había visto. Isaac todavía tembloroso y obediente de su padre continuaba junto al altar del holocausto. Arrodillado, para proteger con su cuerpo la yesca del viento, saca una chispa de la piedra y enciende la hoguera.

Abraham se acerca al fuego y le dice a Isaac: “Hoy, en la cima de este monte sagrado, por primera vez he escuchado a Dios en mi corazón y he sentido que tú, hijo, y yo y los que nos esperan abajo y este grano de arena y esa estrella allá lejos, somos lo mismo, somos uno y no moriremos jamás”. Se abrazaron como se abraza un padre con su hijo en un acto que se repetirá de generación en generación hasta la eternidad.

Extractado de: 
Parque de Estudio y Reflexión Punta de Vacas,
marzo 2018

25 abr 2018

O construimos la Nación Humana Universal o el olvido nos aguarda

18.10.2016 - Quito, Ecuador Tony Robinson

..."Entonces, ¿qué vamos a poner en nuestra lista de cosas que hacer a fin de lograr ese mundo mejor para todos los seres humanos?
Bueno, afortunadamente no tenemos que partir de una hoja vacía de papel porque el trabajo ya lo ha hecho y resumido en un excelente nuevo libro otro autor argentino, Guillermo Sullings, “Encrucijada y futuro del ser humano: los pasos hacia la Nación Humana Universal” y habiendo sido escrito en Español, ahora está siendo traducido al Inglés, Francés, Italiano, Alemán y Griego. Sé que este libro es excelente porque lo estoy traduciendo al Inglés!
No es una obra completa, porque el libro que contenga todos los pasos para lograr una Nación Humana Universal sería enorme, pero es un punto de partida para las discusiones y contiene secciones sobre:
a) Desarme, b) El futuro de las Naciones Unidas, c) Desarrollo Global, d) El sistema financiero internacional, e) La libre circulación de personas, f) Detención del desastre ecológico, g) Los medios de comunicación, h) Derechos Humanos, i ) La democracia real, j) Economía Mixta, y, k) Los paradigmas culturales.

Sullings propone que los movimientos sociales y organizaciones que trabajan en todos estos campos, y otros que no están incluidos por su nombre, deben trabajar juntos para definir una imagen brillante y resplandeciente; una fuerza mística con mayor potencia que el nacionalismo y el patriotismo; un internacionalismo; el amor a la humanidad y la evolución humana; un despertar espiritual que ponga al ser humano como valor central.
En este contexto, la Nación Humana Universal es una imagen con un poder increíble que necesitamos emplazar en la conciencia de cada ser humano, desde los más jóvenes, especialmente los más jóvenes, a los mayores de nuestra sociedad; al igual que se ha instalado una conciencia ambiental en las generaciones más jóvenes en algunas partes del mundo, en un proceso que comenzó hace más de 40 años."