1. Hablemos de paisajes y
miradas retomando lo dicho en algún otro lugar: “Paisaje externo
es lo que percibimos de las cosas, paisaje interno es lo que
tamizamos de ellas con el cedazo de nuestro mundo interno. Estos
paisajes son uno y constituyen nuestra indisoluble visión de la
realidad”.
2. Ya
en los objetos externos percibidos, una mirada ingenua puede hacer
confundir “lo que se ve” con la realidad misma. Habrá quien vaya
más lejos creyendo que recuerda la “realidad” tal cual ésta
fue. Y no faltará un tercero que confunda su ilusión, su
alucinación o las imágenes de sus sueños, con objetos materiales
que en realidad han sido percibidos y transformados en diferentes
estados de conciencia.
3. Que
en los recuerdos y en los sueños aparezcan deformados objetos
anteriormente percibidos, no parece traer dificultades a las gentes
razonables. Pero que los objetos percibidos siempre estén cubiertos
por el manto multicolor de otras percepciones simultáneas y de
recuerdos que en ese momento actúan; que percibir sea un modo global
de estar entre las cosas, un tono emotivo y un estado general del
propio cuerpo... eso, como idea, desorganiza la simpleza de la
práctica diaria del hacer con las cosas y entre las cosas.
4. Sucede
que la mirada ingenua toma al mundo “externo” con el propio dolor
o la propia alegría. Miro no sólo con el ojo sino también con el
corazón, con el suave recuerdo, con la ominosa sospecha, con el
cálculo frío, con la sigilosa comparación. Miro a través de
alegorías, signos y símbolos que no veo en el mirar pero que actúan
sobre él así como no veo el ojo ni el actuar del ojo cuando miro.
5. Por
ello, por la complejidad del percibir, cuando hablo de realidad
externa o interna prefiero hacerlo usando el vocablo “paisaje” en
lugar de “objeto”. Y con ello doy por entendido que menciono
bloques, estructuras y no la individualidad aislada y abstracta de un
objeto. También me importa destacar que a esos paisajes corresponden
actos del percibir a los que llamo “miradas” (invadiendo, tal vez
ilegítimamente, numerosos campos que no se refieren a la
visualización). Estas “miradas” son actos complejos y activos,
organizadores de “paisajes” y no simples y pasivos actos de
recepción de información externa (datos que llegan a mis sentidos
externos), o actos de recepción de información interna (sensaciones
del propio cuerpo, recuerdos y apercepciones). Demás está decir que
en estas mutuas implicancias de “miradas” y “paisajes”, las
distinciones entre lo interno y lo externo se establecen según
direcciones de la intencionalidad de la conciencia y no como quisiera
el esquematismo ingenuo que se presenta ante los escolares.
6. Si
lo anterior está entendido, cuando hable de “paisaje humano” se
comprenderá que estoy mentando a un tipo de paisaje externo
constituido por personas y también por hechos e intenciones humanas
plasmados en objetos, aún cuando el ser humano como tal no esté
ocasionalmente presente.
7. Conviene,
además, distinguir entre mundo interno y “paisaje interno”;
entre naturaleza y “paisaje externo”; entre sociedad y “paisaje
humano”, recalcando que al mencionar “paisaje”, siempre se está
implicando a quien mira, a diferencia de los otros casos en los que
mundo interno (o psicológico), naturaleza y sociedad, aparecen
ingenuamente como existentes en sí, excluidos de toda
interpretación.
1. Nada sustancial nos dice
aquella afirmación en torno a que “el hombre se constituye en un
medio” y que merced a tal medio (natural para unos, social para
otros y las dos cosas para algunos más), el ser humano se
“constituye” (?). Tal inconsistencia se agrava si se destaca la
relación “constituye”, dando por admitida la comprensión de los
términos “hombre” y “medio”, ya que “medio” se supone
que es lo que rodea o bien sumerge al ser humano y “hombre” es lo
que está adentro o sumergido en tal “medio”. Seguimos pues como
al principio en un círculo de vacuidades. No obstante advertimos que
las dos expresiones relacionadas señalan a entidades separadas y que
existe la intención de unir esta separación con una relación
trucada, con la palabra “constituye”. La palabra “constituye”
tiene implicancias de génesis, es decir, de explicación de algo
desde su origen.
2. Lo
anterior no sería de interés si no se nos presentara como un
paradigma de distintas aserciones que durante milenios han venido
presentando una imagen del ser humano visto desde el lado de las
cosas y no visto desde la mirada que mira a las cosas. Porque decir
“el hombre es el animal social”, o decir “el hombre está hecho
a semejanza de Dios”, pone a la sociedad o a Dios como quienes
miran al hombre, siendo que la sociedad y Dios solo se conciben, se
niegan o se aceptan, desde la mirada humana.
3. Y
así, en un mundo en el que desde muy antiguo se instaló una mirada
inhumana, se instalaron también comportamientos e instituciones que
anonadaron lo humano. De este modo en la observación de la
naturaleza, entre otras cosas, se preguntó por la naturaleza del
hombre y se respondió como se responde por un objeto natural.
4. Aún
las corrientes de pensamiento que presentaron al ser humano como
sujeto sometido a continua transformación, trabajaron pensando lo
humano desde la mirada externa, desde distintos emplazamientos del
naturalismo histórico.
5. Es
la idea subyacente de “naturaleza humana” la que ha correspondido
a la mirada externa sobre lo humano. Pero, sabiendo que el hombre es
el ser histórico cuyo modo de acción social transforma a su propia
naturaleza, el concepto de “naturaleza humana” aparece supeditado
al quehacer, al existir, y sometido a las transformaciones y
develamientos que ese existir oriente. De este modo, el cuerpo como
prótesis de la intención se extiende en sus potencialidades
humanizando al mundo. Y ese mundo no puede ser ya visto como simple
externidad sino como “paisaje” natural o humano, sometido a
transformaciones humanas actuales o posibles. Es en ese hacer, en el
que el hombre se transforma a sí mismo.
1. El cuerpo como objeto
natural es pasible de modificaciones naturales y, desde luego,
susceptible de transformación no sólo en sus expresiones más
externas sino en su íntimo funcionamiento, merced a la intención
humana. Visto así, el propio cuerpo como prótesis de la intención
cobra su mayor relevancia. Pero desde el gobierno inmediato (sin
intermediación) del propio cuerpo, a la adecuación de éste a otras
necesidades y otros designios, media un proceso social que no depende
del individuo aislado sino que implica a otros.
2. La
propiedad sobre mi estructura psicofísica se da gracias a la
intencionalidad, mientras que los objetos externos se me aparecen
como ajenos a mi propiedad inmediata y sólo son gobernables
mediatamente (por acción de mi cuerpo). Pero un tipo particular de
objeto es el cuerpo del otro al que intuyo como propiedad de una
intención ajena. Y esa extrañeza me coloca “visto desde afuera”,
visto desde la intención del otro. Por ello, la visión que tengo
del extraño es una interpretación, un “paisaje” que se
extenderá a todo objeto que lleve la marca de la intención humana
aún cuando haya sido producido o manipulado por alguien actual o
pretérito. En ese “paisaje humano” puedo anonadar la intención
de otros considerándolos prótesis de mi propio cuerpo en cuyo caso
debo “vaciar” su subjetividad totalmente o, por lo menos, en
aquellas regiones del pensar, el sentir, o el actuar que deseo
gobernar de modo inmediato. Tal objetivación necesariamente me
deshumaniza y así justifico la situación por la acción de una
fuerza mayor no controlada por mí (la “Pasión”, “Dios”, la
“Causa”, la “Desigualdad natural”, el “Destino”, la
“Sociedad”, etc.).
1. Ante un paisaje desconocido
apelo a mi memoria y advierto lo nuevo por “reconocimiento” de su
ausencia en mí. Así me ocurre también con un paisaje humano en el
que lenguaje, vestimentas y usos sociales contrastan fuertemente con
aquel paisaje en el que tengo formados mis recuerdos. Pero en
sociedades en que el cambio es lento mi paisaje anterior tiende a
imponerse a estas novedades que percibo como “irrelevantes”.
2. Y
ocurre que viviendo en sociedades de veloces modificaciones tiendo a
desconocer el valor del cambio o a considerarlo como “desvío”
sin entender que la pérdida interior que experimento, es la pérdida
del paisaje social en el que se configuró mi memoria.
3. Por
lo anterior comprendo que una generación cuando accede al poder
tiende a plasmar externamente los mitos y las teorías, las
apetencias y los valores de aquellos paisajes hoy inexistentes pero
que aún viven y actúan desde el recuerdo social en que se formó
ese conjunto. Y ese paisaje fue asimilado como paisaje humano por los
hijos y como “irrelevancia” o “desvío” por sus padres. Y por
más que luchen entre sí las generaciones, la que adviene al poder
se convierte de inmediato en retardataria al imponer su paisaje de
formación a un paisaje humano ya modificado o que ella misma
contribuyó a modificar. De este modo, en la transformación que
instaura un nuevo conjunto está el retraso que arrastra desde su
época de formación. Y contra ese retraso choca un nuevo conjunto
que se está formando.
Cuando he hablado del
“poder” al que accede una generación, imagino que se ha
entendido bien, me he referido a sus distintas expresiones:
políticas, sociales, culturales y así siguiendo.
1. Toda generación tiene su
astucia y no vacilará en apelar a la más sofisticada renovación si
con ese recurso aumenta su poder. Sin embargo, esto la lleva a
innumerables dificultades por cuanto la transformación que ha puesto
en marcha arrastra hacia el futuro a esa sociedad que en la dinámica
del hoy es ya contradictoria con el paisaje social interno que se
quería mantener. Por esto digo que “cada generación tiene su
astucia”, pero también tiene su trampa.
2. ¿Con
qué paisaje humano se está enfrentando la injustificada apetencia?
Por lo pronto con un paisaje humano percibido, diferente al paisaje
recordado. Pero además, con un paisaje humano que no coincide con el
tono afectivo, con el clima emotivo general del recuerdo de personas,
edificios, calles, oficios, instituciones. Y ese “alejamiento” o
“extrañeza”, muestra a las claras que todo paisaje percibido es
una realidad distinta y global de aquella recordada, aún cuando se
trate de lo cotidiano o familiar. Así es que las apetencias que
durante tanto tiempo acariciaron la posesión de objetos (cosas,
personas, situaciones), resultaron defraudadas en su cumplimiento. ¡Y
esa es la distancia que impone la dinámica del paisaje humano a todo
recuerdo sostenido individual o colectivamente; sostenido por uno o
por muchos, o por toda una generación que coexistiendo en un mismo
espacio social está nimbada por un trasfondo emotivo similar!
¡Cuánto más alejado se torna el acuerdo, respecto de un objeto,
cuando es considerado por diferentes generaciones o representantes de
distintas épocas que coexisten en el mismo espacio! Y si parece que
estamos hablando de enemigos, debo destacar que estos abismos se
abren ya entre aquellos que parecen coincidir en sus intereses.
3. Nunca
se toca del mismo modo un mismo objeto, ni jamás se siente dos veces
una misma intención. Y esto que creo percibir como intención en
otros es sólo una distancia que interpreto cada vez de manera
diferente. Así, el paisaje humano cuya nota distintiva es la
intención, pone de relieve el extrañamiento que en su momento
muchos advirtieron pensando que sería, tal vez, producto de
condiciones objetivas de una sociedad no solidaria que arrojaba al
exilio a la conciencia desposeída. Y, al haber equivocado aquellos
su apreciación respecto a la esencia de la intención humana,
encontraron que la sociedad construida por ellos con esfuerzo, se
abismó generacionalmente y se extrañó ante sí misma a medida que
aumentó la aceleración de su paisaje humano. Otras sociedades
desplegadas según esquemas diferentes, recibieron idéntico impacto
con lo cual queda hoy demostrado que los problemas fundamentales del
ser humano deben ser resueltos teniendo como objetivo la intención
que trasciende al objeto y de la cual el objeto social es solo su
morada. Y, asimismo, toda la naturaleza, incluida en ella el cuerpo
humano, debe ser comprendida como hogar de la intención
transformadora.
4. La
percepción del paisaje humano, es cotejo de mí mismo y compromiso
emotivo, algo que me niega o me lanza hacia adelante. Y desde mi
“hoy”, agregando recuerdos, soy succionado por la intención de
futuro. Ese futuro que condiciona el hoy, esa imagen, ese sentimiento
confundido o querido, ese hacer elegido o impuesto, también marca mi
pasado porque cambia lo que creo que ha sido mi pasado.
1. La percepción del paisaje
externo y su acción sobre él, comprometen al cuerpo y a un modo
emotivo de estar en el mundo. Desde luego que también compromete a
la misma visión de la realidad, conforme he comentado en su momento.
Por ello creo que educar es básicamente habilitar a las nuevas
generaciones en el ejercicio de una visión no ingenua de la realidad
de manera que su mirada tenga en cuenta al mundo no como una supuesta
realidad objetiva en sí misma, sino como el objeto de transformación
al cual aplica el ser humano su acción. Pero no estoy hablando en
este momento de la información sobre el mundo, sino del ejercicio
intelectual de una particular visión desprejuiciada sobre los
paisajes y de una atenta práctica sobre la propia mirada. Una
educación elemental debe tener en cuenta el ejercicio del pensar
coherente. En este caso, no se está hablando de conocimiento
estricto sino de contacto con los propios registros del pensar.
2. En
segundo lugar, la educación debería contar con el acicate de la
captación y el desenvolvimiento emotivo. Por esto, el ejercicio de
la representación por una parte y el de la expresión por otra, así
como la pericia en el manejo de la armonía y el ritmo, tendrían que
ser considerados a la hora de planificar una formación integral.
Pero lo comentado no tiene por objeto la instrumentación de
procedimientos con la pretensión de “producir” talentos
artísticos, sino con la intención de que los individuos tomen
contacto emotivo consigo mismo y con otros, sin los trastornos a que
induce una educación de la separatividad y la inhibición.
3. En
tercer lugar, debería tenerse en cuenta a una práctica que pusiera
en juego todos los recursos corporales de modo armónico y esta
disciplina se parecería más a una gimnasia realizada con arte que
al deporte, ya que éste no forma integralmente sino de manera
unilateral. Porque aquí se trata de tomar contacto con el propio
cuerpo y de gobernarlo con soltura. Por esto, el deporte no tendría
que ser considerado como una actividad formativa pero sería
importante su cultivo teniendo por base la disciplina comentada.
4. Hasta
aquí he hablado de la educación entendiéndola desde el punto de
vista de actividades formativas para el ser humano en su paisaje
humano, pero no he hablado de la información que se relaciona con el
conocimiento, con la incorporación de datos a través del estudio y
de la práctica como forma de estudio.
1. En tanto se siga pensando
al proceso histórico desde una mirada externa, será inútil
explicarlo como el despliegue creciente de la intencionalidad humana
en su lucha por superar el dolor (físico) y el sufrimiento (mental).
De aquel modo se preocuparán algunos por develar las leyes íntimas
del acontecer humano desde la materia, desde el espíritu, desde
cierta razón, pero en verdad que el mecanismo interno que se busque
siempre estará visto desde “afuera” del hombre.
2. Desde
luego que se continuará entendiendo el proceso histórico como el
desarrollo de una forma que, en suma, no será sino la forma mental
de quienes así ven las cosas. Y no importa a qué tipo de dogma se
apele porque el trasfondo que dicte tal adhesión siempre será
aquello que se quiera ver.
1. Las ideologías que en
algunos momentos históricos se imponían y mostraban su utilidad
para orientar la acción e interpretar el mundo en que se
desenvolvían tanto individuos como conjuntos humanos, fueron
desplazadas por otras cuyo mayor logro consistió en aparecer como la
realidad misma, como lo más concreto e inmediato y exento de toda
“ideología”.
2. Así,
los oportunistas de otros tiempos que se caracterizaron por
traicionar todo compromiso, aparecieron en las épocas de la crisis
de las ideologías llamándose a sí mismos “pragmáticos”, o
“realistas”, sin saber de dónde provenían tales palabras. En
todo caso exhibieron con total impudicia su falso esquematismo
presentándolo como el máximo nivel del “desarrollo” de la
inteligencia y la virtud.
3. Al
acelerarse el cambio social, las sucesivas generaciones se alejaron
entre sí más rápidamente ya que el paisaje humano en que se
formaron se distanció progresivamente del paisaje humano en que
debían actuar. Esto las dejó huérfanas de toda teoría y de todo
modelo de conducta. Por tanto, necesitaron dar respuestas cada vez
más veloces y más improvisadas haciéndose “coyunturales” y
puntuales en la aplicación de la acción, con lo cual toda idea de
proceso y toda noción de historicidad fue declinando, creciendo en
cambio una mirada analítica y fragmentaria.
4. Los
cínicos pragmáticos resultaron ser nietos vergonzantes de aquellos
esforzados constructores de “conciencias desdichadas” e hijos de
quienes denunciaron a las ideologías como “enmascaramientos” de
la realidad. Por ello, en todo pragmatismo, quedó la huella del
absolutismo de familia. Y así se les escuchó decir: “Hay que
atenerse a la realidad y no a teorías”. Pero esto les trajo
innumerables dificultades cuando emergieron corrientes
irracionalistas que a su vez afirmaron: “Hay que atenerse a nuestra
realidad y no a vuestras teorías”.
1. Cuando se habla de
metodología de acción referida a la lucha política y social,
frecuentemente se alude al tema de la violencia. Pero hay cuestiones
previas a las que el tema mencionado no es ajeno.
2. Hasta
tanto el ser humano no realice plenamente una sociedad humana, es
decir, una sociedad en la que el poder esté en el todo social y no
en una parte de él (sometiendo y objetivando al conjunto), la
violencia será el signo bajo el cual se realice toda actividad
social. Por ello, al hablar de violencia hay que mencionar al mundo
instituido y si a ese mundo se opone una lucha no-violenta debe
destacarse en primer lugar que una actitud no-violenta es tal porque
no tolera la violencia. De manera que no es el caso de justificar un
determinado tipo de lucha sino de definir las condiciones de
violencia que impone ese sistema inhumano.
3. Por
otra parte, confundir no-violencia con pacifismo lleva a innumerables
errores. La no-violencia no necesita justificación como metodología
de acción, pero el pacifismo necesita establecer ponderaciones sobre
los hechos que acercan o alejan de la paz, entendiendo a ésta como
un estado de no-beligerancia. Por esto el pacifismo encara temas como
los del desarme haciendo de esto la prioridad esencial de una
sociedad, cuando en realidad el armamentismo es un caso de amenaza de
violencia física que responde al poder instituido por una minoría
que manipula al Estado. El tema del desarme es de importancia capital
y si bien el pacifismo se aboca a esta urgencia, aún cuando tenga
éxito en sus demandas no modificará por ello el contexto de la
violencia y, desde luego, no podrá extenderse sino artificiosamente
al planteo de la modificación de la estructura social. Es claro que
también existen distintos modelos de pacifismo y distintos
basamentos teóricos dentro de tal corriente, pero no deriva de ella
un planteo mayor. Si su visión del mundo fuera más amplia
seguramente estaríamos en presencia de una doctrina que incluiría
al pacifismo. En este caso deberíamos discutir los fundamentos de
esa doctrina antes de adherir o rechazar al tipo de pacifismo que de
ella derive.
1. “El derecho de uno
termina donde empieza el derecho de los demás”, por tanto “el
derecho de los demás termina donde empieza el de uno”. Pero como
se enfatiza en la primera y no en la segunda frase, todo hace
sospechar que los sostenedores de tal planteo se mencionan a sí
mismos como “los demás”, es decir como representantes de los
demás, como representantes de un sistema establecido que se da por
justificado.
2. No
han faltado quienes derivan la ley de una supuesta “naturaleza”
humana, pero como esto ya fue discutido anteriormente, no agrega nada
al punto.
3. Gentes
prácticas no se han perdido en teorizaciones y han declarado que es
necesaria una ley para que exista la convivencia social. También se
ha afirmado que la ley se hace para defender los intereses de quienes
la imponen.
4. Al
parecer, es la situación previa de poder la que instala una
determinada ley que a su vez legaliza al poder. Así es que el poder
como imposición de una intención, aceptada o no, es el tema
central. Se dice que la fuerza no genera derechos, pero este
contrasentido puede aceptarse si se piensa a la fuerza sólo como
hecho físico brutal, cuando en realidad la fuerza (económica,
política, etc.) no necesita ser expuesta perceptualmente para
hacerse presente e imponer respeto. Por otra parte, aún la fuerza
física (la de las armas p. ej.), expresada en su descarnada amenaza
impone situaciones que son justificadas legalmente. Y no debemos
desconocer que el uso de las armas en una u otra dirección depende
de la intención humana y no de un derecho.
5. Quien
viola una ley desconoce una situación impuesta en el presente,
exponiendo su temporalidad (su futuro), a las decisiones de otros.
Pero es claro que aquel “presente” en el que la ley comienza a
tener vigencia tiene raíces en el pasado. La costumbre, la moral, la
religión o el consenso social suelen ser las fuentes invocadas para
justificar la existencia de la ley. Cada una de ellas, a su vez,
depende del poder que la impuso Y estas fuentes son revisadas cuando
el poder que las originó ha decaído o se ha transformado de tal
modo que el mantenimiento del orden jurídico anterior comienza a
chocar contra “lo razonable”, contra “el sentido común”,
etc. Cuando el legislador cambia una ley, o bien un conjunto de
representantes del pueblo cambian la Carta Fundamental de un país,
no se viola aparentemente la ley porque quienes actúan no quedan
expuestos a las decisiones de otros, es decir, porque tienen en sus
manos el poder o actúan como representantes de un poder y en esas
situaciones queda en claro que el poder genera derechos y
obligaciones, y no a la inversa.
6. Los
Derechos Humanos no tienen la vigencia universal que sería deseable
porque no dependen del poder universal del ser humano sino del poder
de una parte sobre el todo y si los más elementales reclamos sobre
el gobierno del propio cuerpo son pisoteados en todas las latitudes,
sólo podemos hablar de aspiraciones que tendrán que convertirse en
derechos. Los Derechos Humanos no pertenecen al pasado, están allí
en el futuro succionando la intencionalidad, alimentando una lucha
que se reaviva en cada nueva violación al destino del hombre. Por
esto, todo reclamo que se haga a favor de ellos tiene sentido porque
muestra a los poderes actuales que no son omnipotentes y que no
tienen controlado el futuro.
1. Se ha dicho que una nación
es una entidad jurídica formada por el conjunto de habitantes de un
país regido por el mismo gobierno. Luego se ha extendido la idea al
territorio de ese país. Pero verdaderamente una nación puede
existir a lo largo de milenios sin estar regida por un mismo
gobierno, sin estar incluida en un mismo territorio y sin ser
reconocida jurídicamente por ningún Estado. Lo que define a una
nación es el reconocimiento mutuo que establecen entre sí las
personas que se identifican con similares valores y que aspiran a un
futuro común y ello no tiene que ver ni con la raza, ni con la
lengua, ni con la historia entendida como una “larga duración que
arranca en un pasado mítico”. Una nación puede formarse hoy,
puede crecer hacia el futuro o fracasar mañana y puede también
incorporar a otros conjuntos a su proyecto. En ese sentido, puede
hablarse de la formación de una nación humana que no se ha
consolidado como tal y que ha padecido innumerables persecuciones y
fracasos... por sobre todo ha padecido el fracaso del paisaje futuro.
2. Al
Estado que tiene que ver con determinadas formas de gobierno
reguladas jurídicamente, se atribuye la extraña capacidad de formar
nacionalidades y de ser él mismo la nación. Esta reciente ficción,
la de los estados nacionales, está sufriendo el embate de la rápida
transformación del paisaje humano. Por ello, los poderes que
formaron al Estado actual y que lo dotaron de simples atributos de
intermediación, se encuentran en situación de superar la forma de
ese aparato aparentemente concentrador del poder de una nación.
3. Los
“poderes” del Estado, no son los poderes reales que generan
derechos y obligaciones, que administran o ejecutan determinadas
pautas. Pero al crecer el monopolio del aparato y convertirse en el
sucesivo (o permanente) botín de guerra de facciones, ha terminado
trabando la libertad de acción de los poderes reales y también
entorpeciendo la actividad del pueblo, sólo en beneficio de una
burocracia cada vez más inactual. Por ello, a nadie conviene la
forma del Estado actual, salvo a los elementos más retardatarios de
una sociedad. El punto es que a la progresiva descentralización y
disminución del poder estatal debería corresponder el crecimiento
del poder del todo social. Aquello que autogeste y supervise
solidariamente el pueblo, sin el paternalismo de una facción, será
la única garantía de que el grotesco Estado actual no sea
reemplazado por el poder sin freno de los mismos intereses que le
dieron origen y que luchan hoy por imponer su prescindencia.
4. Y
un pueblo que esté en situación de aumentar su poder real (no
intermediado por el Estado o por el poder de minorías) estará en la
mejor condición para proyectarse hacia el futuro como vanguardia de
la nación humana universal.
5. No
se debe creer que la artificial unión de países en entidades
supranacionales acrecienta el poder de decisión de sus respectivos
pueblos, como tampoco lo acrecentaron los imperios que anexaron
territorios y naciones bajo el dominio homogéneo del interés de lo
particular.
6. Si
bien está en las expectativas de los pueblos la unidad regional de
riquezas (o pobrezas), en dialéctica con poderes extraregionales, y
si ocurre que resultan beneficios provisionales de tales uniones, no
queda por ello resuelto el problema fundamental de una sociedad
plenamente humana. Y cualquier tipo de sociedad que no sea plenamente
humana, estará sometida a las asechanzas y a las catástrofes que
depara el extrañamiento de sus decisiones a la voluntad de los
intereses de lo particular.
7. Si
como resultado de uniones regionales emerge un monstruoso Supraestado
o el dominio sin freno de los intereses de antaño (ahora totalmente
homogeneizados), imponiendo sofisticadamente su poder al todo social,
surgirán innumerables conflictos que afectarán la base misma de
tales uniones y las fuerzas centrífugas tomarán impulso devastador.
Si, en cambio, el poder decisorio del pueblo avanza, la integración
de las diversas comunidades será también vanguardia de integración
de la nación humana en desarrollo.
1. Lo que se dice de las cosas
y los hechos, no son las cosas ni los hechos sino “figuras” de
ellos y tienen en común con ellos una cierta estructura. Gracias a
esa común estructura es que se puede mencionar las cosas y los
hechos. A su vez, esa estructura no puede mencionarse del mismo modo
en que se menciona a las cosas porque es la estructura de lo que se
dice (así como la estructura de las cosas y los hechos). Conforme
esto, el lenguaje puede mostrar pero no decir cuando se refiere a lo
que “incluye” todo (también al mismo lenguaje). Tal es el caso
de “Dios”.
2. Se
ha dicho de Dios diferentes cosas pero ello aparece como un
contrasentido en cuanto se advierte lo que se dice, lo que se
pretende decir.
3. De
Dios nada puede decirse. Sólo puede decirse acerca de lo dicho sobre
Dios. Son muchas las cosas dichas sobre él y mucho lo que puede
decirse sobre estos decires sin que por ello avancemos sobre el tema
de Dios en cuanto a Dios mismo se refiere.
4. Independientemente
de estos trabalenguas, las religiones pueden ser de interés profundo
sólo si pretenden mostrar a Dios y no decir sobre él.
5. Pero
las religiones muestran lo que existe en sus respectivos paisajes.
Por esto, una religión no es ni verdadera ni falsa porque su valor
no es lógico. Su valor radica en el tipo de registro interior que
suscita, en el acuerdo de paisajes entre lo que se quiere mostrar y
lo que efectivamente es mostrado.
6. La
literatura religiosa suele estar ligada a paisajes externos y
humanos, no escapando a esos paisajes las características y los
atributos de sus dioses. No obstante, aun cuando los paisajes
externos y humanos se modifiquen, la literatura religiosa puede
avanzar hacia otros tiempos. Ello no es extraño ya que otro tipo de
literatura (no religiosa), también puede ser seguida con interés y
con viva emoción en épocas muy distantes. Tampoco dice mucho sobre
la “verdad” de un culto su permanencia en el tiempo, ya que
formalidades legales y ceremonias sociales pasan de cultura en
cultura y se siguen observando aun desconociendo sus significados de
origen.
7. Las
religiones irrumpen en un paisaje humano y en un tiempo histórico y
se suele decir que entonces Dios se “revela” al hombre. Pero algo
ha pasado en el paisaje interno del ser humano para que en ese
momento histórico se acepte tal revelación. La interpretación de
ese cambio se ha hecho generalmente desde “afuera” del hombre,
colocando el cambio en el mundo externo o en el mundo social y con
ello se ha ganado en ciertos aspectos pero se ha perdido en
comprensión del fenómeno religioso en cuanto registro interno.
8. Pero
también las religiones se han presentado como externidad y con ello
han preparado el campo a las interpretaciones mencionadas.
9. Cuando
hablo de “religión externa” no me estoy refiriendo a las
imágenes psicológicas proyectadas en iconos, pinturas, estatuas,
construcciones, reliquias (propias de la percepción visual). Tampoco
menciono la proyección en cánticos, oraciones (propias de la
percepción auditiva) y la proyección en gestos, posturas y
orientaciones del cuerpo en determinadas direcciones (propias de la
percepción kinestésica y cenestésica). Por último, tampoco digo
que una religión sea externa porque cuente con sus libros sagrados o
con sacramentos. Ni siquiera señalo a una religión como externa
porque a su liturgia agregue una iglesia, una organización, unas
fechas de culto, un estado físico o una edad de los creyentes para
efectuar determinadas operaciones. No, esa forma en que los
partidarios de una u otra religión luchan mundanamente entre sí,
atribuyendo al otro bando diverso grado de idolatría por el tipo de
imagen preferencial con la que unos y otros trabajan, no hace a la
sustancia del asunto (aparte de mostrar la total ignorancia
psicológica de los contendientes).
10. Llamo
“religión externa” a toda religión que pretende decir sobre
Dios y la voluntad de Dios en lugar de decir sobre lo religioso y
sobre el íntimo registro del ser humano. Y aún el apoyo en un culto
externalizado tendría sentido si con tales prácticas los creyentes
despertaran en sí mismos (mostraran) la presencia de Dios.
11. Pero
el hecho de que las religiones hayan sido hasta hoy externas
corresponde al paisaje humano en que nacieron y se fueron
desarrollando. Sin embargo, es posible el nacimiento de una religión
interna o la conversión de las religiones a la religiosidad interna
si es que aquellas van a sobrevivir. Pero ello ocurrirá en la medida
en que el paisaje interno esté en condiciones de aceptar una nueva
revelación. Esto, a su vez, comienza a vislumbrarse en aquellas
sociedades en que el paisaje humano está experimentando cambios tan
severos que la necesidad de referencias internas se hace cada vez más
imperiosa.
12. Nada
de lo dicho sobre las religiones puede mantenerse hoy en pie, porque
los que han hecho apología o detracción hace tiempo que han dejado
de advertir el cambio interno en el ser humano. Si algunos pensaban a
las religiones como adormecedoras de la actividad política o social,
hoy se enfrentan a ellas por su poderoso impulso en esos campos. Si
otros las imaginaban imponiendo su mensaje, encuentran que su mensaje
ha cambiado. Quienes creían que iban a permanecer por siempre, hoy
dudan de su eternidad y aquellos que suponían su desaparición en
corto plazo, asisten con sorpresa a la irrupción de formas
manifiesta o larvadamente místicas.
13. Y
en este campo muy pocos son los que intuyen lo que depara el futuro
porque son escasos los que se abocan a la tarea de comprender en qué
dirección marcha la intencionalidad humana que, definitivamente,
trasciende al individuo humano. Si el hombre quiere que algo nuevo se
“muestre” es porque aquello que tiende a mostrarse está ya
operando en su paisaje interno. Pero no es pretendiendo ser
representante de un dios, como el registro interno del homb re se
convierte en habitación o en paisaje de una mirada (de una
intención) trascendente.
1. ¿Qué hay del trabajo, del
dinero, del amor, de la muerte y de tantos aspectos del paisaje
humano apenas soslayados en estos comentarios? Hay, por cierto, todo
lo que cualquiera puede responder siempre que quiera hacerlo teniendo
en cuenta esta forma de encarar los temas, refiriendo miradas a
paisajes y comprendiendo que los paisajes cambian las miradas.
2. Por
lo anterior, es innecesario hablar de nuevas cosas si es que hay
quienes se interesan en ellas y en la forma que hemos usado para
hablar hasta aquí, porque ellos pueden hablar del mismo modo en que
lo haríamos nosotros. Y, en cambio, si habláramos sobre cosas que
no interesan a nadie, o con una forma de expresión que no permitiera
develarlas, sería un contrasentido seguir hablando para otros.
Fuente: www.silo.net
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