30 oct 2014
18 oct 2014
sobre el impacto de las experiencias de cambio
fuente; Dario Ergas. Unidad en la acción
La dirección del cambio
Los contactos ocasionales con otro tipo de estructuración de lo real ponen en jaque la afirmación de la razón, que si bien no ha podido resolver el dilema del existir, nos provee de argumentos con una seguridad tal, como si lo hubiera efectivamente logrado. En el instante que dura la visión, no existe la muerte ni como posibilidad; más bien sucede una acercamiento a lo que en todo momento hemos sido parte, pero recién allí se nos devela. La razón considera la finitud como un “todavía no llegará”, así la oculta de la certitud futura.
Las experiencias de sentido nos abren a una realidad conmovedora, que nos dice: “las cosas no son como piensas, hay otra forma de vivir, más libre, más inspirada, con más sentido”. Pero si ella no transforma la orientación de mis acciones, quedará en el recuerdo como algo irrelevante. Si la acción no se dirige hacia lo que la experiencia reveló como valioso, toda la vivencia de conmoción y aproximación a la totalidad, quedará reducida a algo parecido a un sueño y no tendrá mayor significado para la vida.
La acción fija la dirección de la conciencia. El surco de memoria producido por lo que se hace en el mundo es lo que marca hacia dónde tenderá a ir la vida. Si una experiencia reveladora me muestra lo esencial y mi acción se dirige hacia lo superfluo, pronto la olvidaré, por muy intensa que haya sido. Inversamente, si mis acciones siguen sus pautas, las sensaciones de unidad se graban en la memoria asociadas a la intensidad del mundo perceptual. Así, la experiencia de lo trascendente va girando la dirección de la vida hasta convertir el sentido de la acción.
Vimos en la primera parte del ensayo que en situaciones de fracaso la conciencia queda disponible para acercarse a este tipo de experiencias de cambio. Ese fracaso ocurría cuando no podíamos concretar nuestros ensueños, y esto podía pasar tanto por una situación personal o porque la misma época impide ya realizarlos. Pueden, por tanto, ocurrir coyunturas psicosociales que faciliten la proximidad de una experiencia de cambio, condiciones históricas en que la conciencia, la de cada uno en millones de personas, al sentir el futuro cerrado, sin nadie en quien confiar ni alguien a quien culpar, se encuentre en una situación de vacío interno, sin esperanzas, así, la conciencia puede quedar disponible para que “algo”, desde su propia profundidad, se presente en ella. Esa experiencia puede reorientar y vivificar la acción.
¿Pero cómo hacer para que la fuerza obtenida de estos fenómenos progrese hacia la lucidez y hacia la superación de la violencia? No es suficiente la experiencia de lo trascendente. En el siloismo fuimos advertidos desde el principio que alterar la conciencia es bastante sencillo; se logra con drogas, con prácticas de trance, a través de danzas, de cánticos, hay muchas maneras. Por lo general, conducen a estados crepusculares donde la conciencia es tomada por una emoción, por una obsesión, o por una fuerza que la interpreto como ajena a mí, como espíritus o recuerdos lejanos; la conciencia queda prisionera de sus propios contenidos y los interpreta como fenómenos externos y extraños a ella.
El interés es lograr una conciencia despierta y lúcida, capaz de experimentarse a sí misma y disponer de sus mecanismos mentales, que no está absorta por sus ensueños, pero reconoce cómo ellos la movilizan. Capaz de emprender una acción de encuentro con el ser humano, de tareas comunes que superen la violencia entre la gente.
Las experiencias de cambio, o de sentido, o de contacto con lo profundo, distintos nombres para referirnos al mismo tipo de vivencia, internalizan la mirada y tocan espacios muy hondos de uno mismo, tienen la capacidad para revelar el sentido y alcanzar una gran comprensión. Pero también su enorme energía amplifica las contradicciones y resentimientos pendientes. El sentimiento religioso, propio del contacto con la profundidad del ser, está vivo en el ser humano y puede hacer erupción cuando han fracasado todas las esperanzas razonables. Esta es la fuerza que cambia las eras. Si nos acercamos a este vórtice del tiempo, es muy importante ponernos en la senda de la reconciliación de contradicciones arrastradas quizás desde un pasado inmemorial, como personas, pero también como sociedades.
Una gran posibilidad tiene sus riesgos. El cambio no puede ser brusco. Un tren a gran velocidad no puede girar en ciento ochenta grados sin volcarse. Basta un pequeño ángulo para que doble sin problemas. Tampoco puede permanecer en dirección al abismo. Con ayuda de este tipo de experiencias, quizás es posible un leve desvío que conduzca al destino querido.
Un leve desplazamiento de las creencias
La aparición de “algo” al interior de uno, pero no “mío”, modifica creencias muy arraigadas, en particular la creencia en la muerte. Por alguna razón, ese algo al interior, no parece propio del cuerpo y no puedo asegurar que muera con él. Tampoco puedo asegurar lo contrario, pero se han invertido las cargas: ahora comienzo a dudar de la muerte y no de la trascendencia, como era lo habitual. La vida la consideraba un concepto puramente biológico, y ahora siento algo verdaderamente vivo que está en el cuerpo, pero no estoy seguro de que sea parte de él. Ese algo inasible me parece una “unidad” que lo anima y le da sentido. La muerte comienza a perder su poder opresor, y no me resulta tan claro que paralice al “ser” que siento en mí. Las creencias de toda mi vida, las razones y mi sustento ideológico se descascaran y surgen nuevas interpretaciones de la realidad. La experiencia insinúa lo que “verdaderamente soy”.
La respuesta a la pregunta por el sentido es una experiencia. Luego vienen las explicaciones, pero tienen por fundamento algo que me ha sucedido: lo he vivido. Esas explicaciones varían, y lo frecuente es que las palabras usadas para describirla, al pasar el tiempo, vayan perdiendo su valor de verdad conmovedora, se vacíen y no den cuenta de la proximidad alcanzada en el origen.
Para recuperar ese contacto es necesaria la movilización de la energía psicofísica, para llevar la mirada hacia la interioridad y comprender que las imágenes asociadas pueden ser apoyos psicológicos importantes, pero no tienen existencia fuera de la mente humana.*
Diversas escuelas espirituales en las distintas culturas han sistematizado procedimientos y construido lugares para facilitar este tipo de contacto con eso que da sentido a la vida. Solemos encontrarlas en el inicio de las grandes civilizaciones. Sin embargo, en su desarrollo, las culturas van externalizando esa “presencia interior” y terminan refiriéndose a ella como a entidades, espirituales o no, ubicadas fuera de la mente. Así, van alejando el contacto con la interioridad donde está guardado el fundamento de la existencia. Pienso que es posible, desde este momento cultural en que los dioses se han alejado del ser humano, volver a ellos si se reorienta la mirada; bastaría considerar que el hogar de todos los seres absolutos a los que quisiéramos acudir están en el fondo del corazón, y a esa profundidad debo dirigir mi llamado. Desde allí responden las fuerzas a las que estamos apelando, desde el interior de uno mismo.
Si bien se trata de experiencias personales, su práctica colectiva puede facilitar el acceso a la profundidad interna. Aceptamos con facilidad que los temores y las histerias pueden expandirse causando pánico o desbordes sociales, pero somos reacios a aceptar que las experiencias trascendentales pudieran tener la misma aptitud. Sin embargo, estas experiencias, al realizarlas colectivamente, se facilitan por el fenómeno de contagio que produce la estructura de conciencia inspirada.
Si la pérdida de sentido no es solo personal o de unos pocos individuos, y percibo en mí la disposición para aceptar algo fundamental en la propia intimidad, podría estar captando el anuncio del cambio que se aproxima.
* Los procedimientos para movilizar la Fuerza (energía psicofísica) están detallados en El mensaje de Silo, como experiencias, ceremonias, agradecimientos y pedidos. Véase Rodríguez, M. (Silo), El Mensaje de Silo, Madrid: Ediciones EDAF, 2008.
9 oct 2014
6 oct 2014
Invitacion a la lectura, por una re-evolución de la conciencia
Amigo(a) lector(a):
comparto aqui cuatro parrafos extraidos del libro Unidad en la accion, de Dario Ergas, a manera de provocacion-invitación para leer esta obra y otras del mismo autor:
En cada uno está el viento que aviva el fuego de lo trascendente. Esa fuerza interior llena de sentido eleva la conciencia, y algo que se cohesiona parece no ser afectado por la muerte. Esto está en cada uno y todos queremos vivirlo, acceder por experiencia directa a una verdad transformadora que aleje el temor y nos llene de alegría. Este acercamiento a la trascendencia es el campo de lo sagrado, algo que no quisiéramos manchar con las palabras y simplemente dejarnos bañar por su aliento de luz y silencio.
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Si es correcto que la superación del sufrimiento y del temor a la muerte es una necesidad, nuestro próximo paso será lograr la conciencia de la unidad. Pero esto ya no por evolución natural, sino, y de ahora en más, la misma humanidad se hará cargo de su destino. No sólo en cuanto a los avances científicos y técnicos que mejoran el dominio sobre la naturaleza, sino en cuanto al propio desarrollo psíquico y espiritual.
De lograrse este cambio en pequeños grupos, de seguro tratarán de influir el proceso histórico, en la ciencia, el arte, la técnica, la religión. Buscarán crear condiciones sociales equilibradas para multiplicar ese mayor grado de conciencia en los grandes conjuntos.
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Este escrito ha sido una investigación sobre las experiencias conmovedoras a las que accedemos los seres humanos y su consecuencia en la acción. Está motivado por la capacidad que tienen las experiencias de sentido para debilitar la fe en la muerte y su importancia para proponer significados que reorientan las conductas humanas. La pregunta de trasfondo ha sido si ellas pudieran colaborar a la ampliación de la conciencia, a la superación del sufrimiento y a la curación de la violencia social y personal. También me atreví a preguntar sobre la posible elaboración de nuevas ideologías y formas religiosas que privilegien al ser humano, en su universalidad y en su particularidad existencial, con el objetivo de alojar en el paisaje de las futuras generaciones que construirán la civilización mundial que se aproxima, el ideal de una nación humana universal.
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Expongo el modo que veo posible de implementar el proyecto que Silo sintetizó como “humanización del mundo”. Para elaborarlo requirió no solo una concepción ideológica de un nuevo humanismo, sino una teoría de la conciencia y la acción para descubrir qué cambios son necesarios para superar el sufrimiento y la violencia. Quizás, su aporte más importante es poner a disposición un procedimiento para el contacto con la experiencia trascendental, sin uso de sustancias, ni de apoyos que puedan distorsionarla atribuyéndola a externalidades. Además, la comprendió no solo desde una mística, sino que desde la Psicología, al desarrollar la traducción de impulsos, el espacio de representación y las estructuras de conciencia, en particular la estructura de conciencia inspirada. La libre interpretación de dicha experiencia permite su ejercicio desde creencias diversas y particulares, un modo práctico de conducir la experiencia hacia una ampliación de la conciencia y del sentido. En cuanto a la acción, comprendió la violencia que lleva implícita la moral externa y formuló principios de acción válida en base a vivencias de unidad y contradicción. En todo este texto se trasuntan sus enseñanzas y lo realizado por el conjunto que impulsa sus ideas.
El sentimiento religioso (del libro Unidad en la acción, de Dario Ergas)
(tomado de : Unidad en la accion, de Dario Ergas.)
(No se incluyen las notas al pie de pagina del original)
(No se incluyen las notas al pie de pagina del original)
En cada uno está
el viento que aviva el fuego de lo trascendente. Esa fuerza interior llena de
sentido eleva la conciencia, y algo que se cohesiona parece no ser afectado por
la muerte. Esto está en cada uno y todos queremos vivirlo, acceder por
experiencia directa a una verdad transformadora que aleje el temor y nos llene
de alegría. Este acercamiento a la trascendencia es el campo de lo sagrado,
algo que no quisiéramos manchar con las palabras y simplemente dejarnos bañar
por su aliento de luz y silencio.
Esta vivencia, propia de la
conciencia inspirada, provocada por desplazamientos del yo7, nos asalta con su conmoción. Es tal su potencia y tan
fuera de lo cotidiano que pareciera como si algo se introdujera en uno. Es una
interpretación incorrecta, pero habitual. Cuando se realizan procedimientos
rituales con devoción, estos pueden facilitar la manifestación de la
experiencia trascendente y permitir que cada participante, o muchos de ellos,
tome contacto con ese mundo. También en este caso tiendo atribuir el fenómeno a
seres externos, y si lo sucedido tiene algún impacto, reforzará el prejuicio de
que lo ocurrido provino desde fuera de mí8.
Como los seres humanos estamos
predispuestos a trasladar fuera de nosotros las representaciones, también lo
hacemos con los atributos de lo sagrado. Al sumergirnos en los espacios
profundos e irrepresentables, la conciencia convierte esa experiencia en
figuras. Esta traducción toma la forma de poema, de danza, de ritos o cualquier
otro tipo de producción que refleje la intensidad de lo vivido.
Si al pasar el tiempo queremos
revivir esa experiencia, recurrimos a esas creaciones provenientes de los
momentos de inspiración. Al repetir el poema, la danza o el icono producido
cuando tuvimos el contacto, esperamos colocarnos en el mismo estado mental que
lo originó. Un cierto ritual me puede disponer para que las zonas interiores
desde donde fueron generados se aproximen.
Un lugar o un objeto pueden estar
“cargados” de significado, porque allí se suele producir el contacto sacro y, a
siglos de distancia, puedo sentir “la carga” que transmiten; pero esto no
ocurre porque esos objetos o lugares tengan en sí algo particular. Puedo sentir
su poder porque, al relacionarme con ellos, movilizo imágenes que se ubican en
una profundidad tal del espacio de representación que pueden facilitar la
irrupción de la experiencia trascendente. Las representaciones se ubican en
distintas profundidades. Así como a la cuchara de una taza de café la imagino más
periféricamente que el recuerdo de mi padre ya muerto, del mismo modo, a un
guía o dios lo imagino en una
profundidad mayor que la cuchara. Pero, si esa cuchará perteneció a mi padre,
su ubicación en el espacio de representación se internaliza hacia la
profundidad de la rememoración del padre. Así sucede con un lugar sacralizado.
Al entrar en él, las imágenes de mi conciencia se emplazan en una profundidad
no habitual y eso aproxima experiencias no habituales. Entonces, el contacto
con lo trascendente está produciéndose al interior de uno, por algo que hay adentro
de uno y no por la magia de las cosas. El error interpretativo de esta
experiencia lleva primero a su externalización, atribuyéndola a causas
extrahumanas, y luego a su desvío, hacia estados de conciencia crepusculares, y
finalmente al alejamiento de su significado.
Para comunicarme con los dioses, es
decir, para hablar con mi alma, para que aquello que es en sí mismo y para sí
mismo se exprese e inunde todo mi yo, necesito estar disponible a ese contacto.
Puedo facilitar esa predisposición al visitar algún lugar especial, o por una
lectura, una conversación inspirada o al realizar ciertos procedimientos, pero
lo que estoy haciendo es sumergir la mirada interna para que sea absorbida por
aquello que busco.
La externalización ha traído varios
problemas. Desde la manipulación de jerarquías que se han puesto como
intermediarias entre los dioses y la gente, hasta desvirtuar técnicas que
pudieron en algún momento haber prestado utilidad al creyente para su
meditación. La confusión entre la experiencia trascendente con su posterior
traducción, o enredar las producciones artísticas o religiosas que de allí
emanan con la emoción y la claridad profunda con la que toma contacto cada cual
consigo mismo, ha impedido al sentimiento religioso progresar en el practicante.
Este error bloquea la recreación de la experiencia religiosa y detiene el
avance del desarrollo mental y espiritual.
Sin embargo, esta distorsión podría
estar invitando a la reconversión de las religiones hacia una religiosidad
interna. Las distintas religiones, al concebir lo divino y lo inmortal afuera
de la mente, parecen oponerse entre ellas y las creencias se vuelven
refractarias, como al juntar piedras imantadas con la misma polaridad. En esta
crisis mundial que pone en juego la existencia y la evolución, podría llegarse
a la conclusión de que es necesario
transformarnos en un tipo superior de ser humano. En ese caso, todas ellas
podrían colaborar para crear las condiciones de un salto evolutivo de la
humanidad. Convertirse en una religiosidad interna implica un cambio en la
dirección de la mirada, buscando a Dios en la profundidad de sí mismo y en la interioridad
del otro ser humano.
Este tipo de
religiosidad no cuestiona las formas externas que asumen las religiones.
Comprende las distintas expresiones y procedimientos como traducciones de algo inmortal
alojado en la propia conciencia. Cada cultura ama sus producciones emergidas
del contacto con lo trascendente y que son distintas a las de otra. Pero, si
sus religiones se han internalizado, comprenderán que las diversas
representaciones provienen de una misma búsqueda, de una misma necesidad y de
la misma fuente vital que se halla en el ser humano. La transformación de las
religiones, y su adaptación a las nuevas necesidades, es frecuente en las
crisis civilizatorias. Los pueblos antiguos, cuando se toparon en sus
encrucijadas históricas, supieron dar respuestas corrigiendo y transformado
esencialmente su sistema de creencias. Aun conservando sus símbolos, los
conceptos de su religiosidad variaron sustancialmente, buscando la
supervivencia y continuidad cultural.
Si se produce esta inversión de la
mirada, cada religión contará con sus propios rituales para acompañar a grandes
conjuntos en el contacto con el sentido. La influencia mutua entre ellas
enriquecerá procedimientos para acercar el encuentro con lo esencial. El cambio
del ser humano requiere comprender que Dios no está en los cielos, sino en el
fondo del corazón de cada uno; y que los rituales y procedimientos son apoyos,
y no fundamentos para una comunicación directa y personal con la propia esencia
inmortal. Podríamos así aprovechar el buen conocimiento de los antiguos en la
etapa que se avecina.
El factor de cohesión de los pueblos
es el sentimiento religioso que une la tierra y el cielo por así decir, une
esta vida con una realidad trascendente. Esto parecen descubrirlo siempre los
imperios que surgen en la etapa final de las civilizaciones, quizás porque se
enfrentan a un caos tan grande que la violencia ya no es suficiente para
controlar poblaciones tan diversas. Durante esas crisis civilizatorias,
debilitadas sus instituciones, desfalleciendo la fe que hasta allí las sostuvo,
la conciencia queda disponible para tomar contacto con la profundidad, para una
nueva revelación. Sin embargo, el Imperio, al adoptar esa fe, la impone por la
fuerza a los súbditos, degradando la espiritualidad de la que se viste.
Por otra parte, esta asociación entre
poder político y religioso es posible no por la cantidad de dioses en los que
se cree, uno o muchos, sino por la externalización de la experiencia de Dios.
Esto permite el surgimiento de intermediarios y la acumulación de un poder
“proveniente de lo sagrado” que termina también oponiéndose a las enseñanzas
más originales o cercanas de la experiencia de sentido.
Esto podría estar cambiando para los tiempos que
vienen. El ser humano no necesita ya de intermediarios para comunicarse consigo
mismo y vivir la experiencia fundamental. Seguramente, su relato mítico se está
acomodando al saberse contenedor de Dios en su interior, aprontándose así para
salir a la exploración del universo y a dimensiones temporales desconocidas.
La revisión en materia religiosa
ocurre siempre en los momentos de las grandes crisis, y este podría ser el
caso. Realicen o no las religiones actuales esta transformación, es seguro que
numerosas formas de religiosidad aparecerán en este ocaso del tiempo, para ayudar
a los pueblos del mundo a unirse y encontrar su verdadero sentido.
Esta crisis podría ser la
alborada de una era mundial. Gracias al encuentro entre las diferentes
culturas, descubriremos en nosotros mismos lo que ellas tienen en común. A su
vez, sus religiones respectivas podrían tener importancia para ayudar a
reconocer a Dios en cada ser humano de la Tierra.
5 oct 2014
Apuntes sobre la noviolencia indignada
Mientras los gobiernos europeos siguen sometidos al imperio de las corporaciones militofinancieras y aplican, tropezando una y otra vez con las mismas piedras, los planes de ajuste y de recorte, el disenso crece, se multiplica.
Ya no es la izquierda ortodoxa la que se opone a esta involución, son las personas sensatas, vengan de la ideología que vengan.
Pressenza, Redacción Paris, 26 Mayo 2012, Mariano Quiroga
Y así como entre los sumisos tecnócratas la obsecuencia es ley y se defiende el orden establecido a sangre y fuego, entre los disidentes se abre un amplísimo debate. Que no debería despreciarse ni subestimarse.
Ese debate es clave para el futuro, es imprescindible para este presente de confusión, combustión y desasosiego, pero, por sobre todas las cosas es esencial para el futuro. Porque la dirección que sigan los pueblos y no los gobiernos, es la que permitirá llegar a nuevas formas de gestionar el cotidiano de las sociedades.
¿Es posible un cambio fundamental en la conciencia individual y en la sociedad?
Superar la
violencia en la vida propia y con las otras personas es un gran proyecto,
difícil de creer posible, y ese es un problema. El cambio que busco no es pequeño.
Supera los límites de la imaginación. Por eso ha costado comunicarlo. Creí
alguna vez que por controlar las estructuras de poder se construía la sociedad
soñada. Comprobé que ello no variaba la raíz de la injusticia y el dominio
sobre las personas: funcionaba al principio y, luego, volvían los mismos vicios
que se querían transformar. En lo personal, aun superando muchos
resentimientos, la muerte y el sentido definitivo de la vida sigue acicateando
mis búsquedas. Muchas veces he confundido los éxitos de coyuntura con las metas
profundas de la vida. Cuando finalmente puedo afirmar la envergadura del
proyecto, pierdo la discusión porque la propuesta es considerada utópica, es
decir, inalcanzable en el tiempo y, por tanto, sin urgencia para efectuarla.
El cambio en las materias humanas no se puede forzar. Es decir, se puede,
pero las consecuencias son nefastas y las cosas regresan a situaciones peores
de las que partieron. Tiene que ser querido, íntimamente querido, con la fuerza
de la necesidad. Esa necesidad es precisamente salir del sufrimiento y la
violencia. Pero, en el fondo, considero que sus causas no tienen que ver
conmigo, siempre hay a quién culpar por lo que me pasa, o una razón urgente que
esconde el hastío de la rutina, o una justificación para la violencia que
ejerzo. No parece que yo estuviera a cargo de mi vida y mucho menos siento
responsabilidad por lo que acontece en la sociedad.
La importancia de las experiencias extraordinarias es que, por un instante,
modifican completamente toda la estructura de la realidad, y presentan con
evidencia indudable la certeza de que la vida sí tiene sentido, es. Ante esa
vivencia no existe la muerte, ni siquiera es una palabra posible de pronunciar
desde ese plano. El impacto es muy breve, pero muy importante; gracias a ella,
la conciencia logra la referencia de una realidad distinta y sentida como
“verdadera realidad”. Al diluirse, queda el recuerdo de algo
extraordinario hacia donde, sin duda alguna, debo, quiero y puedo ir. Esta
experiencia no me cambia la vida, pero me da la oportunidad de hacerlo. Me
sustrae del mundo gris y me muestra la luz del sentido. En particulares
momentos esto sucede y es posible variar tímidamente el rumbo. No siempre se
les da la relevancia que tienen, y pudieran pasar desapercibidas al otorgarle
un valor puramente anecdótico. En ciertas ocasiones, los ensueños pierden su
poder y algo emerge detrás de la desilusión. Una experiencia totalizadora
arrebata a la conciencia, aumenta su caudal energético y la inspira. Recodos
del tiempo en que lo humano nos conmueve y parecemos recordar el sentido
olvidado. Este contacto con lo profundo revitaliza la acción y puede ser
orientada hacia un gran cambio; sin apuro por alcanzar una meta, inicio una
aventura hacia un inmenso futuro.
Estas experiencias son las de contacto con la profundidad o el “sí mismo”,
logran el reconocimiento de la unidad de todo lo existente. Este fenómeno
sucede al internalizar una mirada que se desliza hacia los espacios de silencio
de la mente. Si bien algunas técnicas espirituales o procedimientos místicos
facilitan aquello, es la acción válida o moral la que graba la huella del mirar
interior y la comunicación con la experiencia de sentido. Es decir, el cambio
no sucede por la revelación de sentido, sino gracias a las acciones que esas
experiencias inspiran. Esta primacía de la acción tiene justificación teórica,
ya que es gracias a la reflexión sobre sí que produce la acción, lo que graba
con valor de “realidad” la huella dejada por la irrupción de la totalidad.
El gran cambio es despertar de la pesadilla
del sufrimiento y de la violencia que está en mí y alrededor mío. Es generar
condiciones sociales de libertad, justicia y equidad para que todos podamos despegarnos del penoso estado actual. Es
convivir con una mirada más interna al yo habitual que, mientras este actúa,
permanece en contacto con un centro interno sin perderse de sí. Es reconocer
esa misma posibilidad en ti y tratarte en consecuencia.
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