17 dic 2017

La caída de los valores de Occidente - Juan Espinosa

Extractos de: 
Juan Espinosa: 

Hace ya tiempo que se habla de esto. Ortega hace casi cien años anunciaba el fin de la era de las revoluciones y del racionalismo y el principio de una era del alma desilusionada. Nietzsche nos avisaba de la llegada del nihilismo que se barruntaba en el horizonte. Ambos han tenido mucha razón. Los hechos históricos han confirmado estos augurios: la II Guerra Mundial, el holocausto judío, el lanzamiento de artefactos atómicos sobre ciudades, la gran inhumanidad de la Rusia estalinista, las armas de destrucción masiva, y, sobre todo, la victoria e imposición de un sistema económico materialista y deshumanizante promotor de antivalores que ha vaciado al hombre occidental.

La implantación del neoliberalismo sin permitir discusión ni alternativa ha sido un sarampión por el que quizá no había más remedio que pasar para mostrar con la experiencia que este no era el camino. Ahora por fin este sistema económico y de pensamiento entra en crisis y se empieza a debatir.

El neoliberalismo y la visión materialista y darwinista siempre han partido de una falsedad en la raíz. Estas visiones del ser humano y la sociedad nunca tuvieron la intención de hacer feliz al ser humano, sino lo opuesto: explotarlo para lo cual era preciso imponer la visión de un futuro mecánico que le bloquease su rebeldía, su subjetividad y sus aspiraciones hacia un mundo mejor.

Sin embargo, ahora todo esto se está rompiendo. Y bienvenido sea este quebranto. Porque gracias a él podremos articular algo más digno, con más vuelo y posibilidades para todos.

Porque no hemos venido a este mundo a mejorar la productividad de las empresas, ni a empujar a nuestro circunstancial* país a la cima del liderazgo, ni a pagar la prima de riesgo ni a hacernos cargo de las deudas odiosas contraídas por gobernantes desleales al progreso de su pueblo.

¿Y por qué deberían caer los valores occidentales? En primer lugar no todos caerán. Hay aspectos positivos en nuestra cultura que continuarán. Mas los que sean derribados lo serán por el empuje de varias fuerzas.

Una de estas fuerzas es el propio desgaste histórico. La dinámica psico‐social lleva a esto. Toda cultura, toda civilización parte de un sistema de creencias que en los primeros tiempos se siente fresco, juvenil y fuerte. Pero que con el paso de los siglos va desgastándose hasta caer. Es la propia dinámica de la conciencia humana la que le hace comprobar que aquello que le impulsó en una dirección le pudo servir en un momento pero luego ya no le atrae, no le entusiasma. Porque, tanto si se cumplió lo buscado como si se fracasó, la conciencia ya no cree con ilusión en ese camino usado, gastado. La conciencia en el propio quehacer, se termina por dar cuenta de que aquél camino que emprendió ahora ya no le sirve porque o se cumplió el objetivo o se fracasó

Otra poderosa fuerza que derriba creencias es la interconexión del planeta. La mezcla de personas, mercancías y comunicaciones conlleva interacción con modos, costumbres, lenguajes, sensibilidades, creencias, y valores diferentes. Esto siempre lo han sabido aquellos que para perpetuarse o conservar su sistema, intentan evitar a toda costa que las influencias lleguen y cierran las comunicaciones exteriores “que contaminan al pueblo”. En realidad, saben muy bien, que si la gente puede ver y comunicarse con otros diferentes y los ve tan felices en otra forma de vida, todo su sistema entra en crisis. Es una vieja historia. Ya Felipe II en la segunda mitad del siglo XVI prohibió a los estudiantes españoles salir a las universidades europeas, prohibió una cantidad de libros humanistas que corrían por Europa, prohibió la influencia de ideas y valores que podían poner en peligro la “estabilidad” del país. Es el nacimiento de una tendencia en España que en diferentes periodos ha rebrotado –el franquismo no es nada original en este sentido‐ y que tanto mal, desnivel y retraso ha ocasionado a nuestro país. Hasta ese momento la península estaba tan incorporada a la vida europea como cualquier otro país. Y el trasiego de personas era vigoroso. El mismo Ignacio de Loyola estudió en Paris donde configuró el grupo inicial de la futura Compañía de Jesús. Pero fue justo antes de la llegada de Felipe II.

Esta tendencia la vemos en diferentes momentos en diversos países. Y es, a la larga, inútil e ingenua. Solo temporalmente se puede conseguir tener un país cerrado. Porque como siempre ha pasado la propia tendencia y la energía interna del propio país conducirán a su apertura. Este proceso inevitable ocurrirá pacífica o violentamente según sea la bondad o la mezquindad de los gobernantes del momento. En definitiva los valores caen y se siente ya el fracaso de Occidente en sus creencias y aspiraciones. Todavía no se materializa en la caída estructural, que quizá llegue o quizá no. Pero los valores ya han caído y se ha puesto en evidencia que la línea mental desplegada desde hace milenios está fracasando. Y más va a fracasar aún. El hombre occidental no es más feliz, ni más inteligente, ni más exitoso, que cualquier otro. Solo desde la ignorancia y el aislamiento se puede afirmar lo contrario. También desde la vanidad se puede afirmar lo contrario. Solo hace falta darse una vuelta y convivir con gentes de otras zonas del planeta para vivirlo.

Toda esta larga línea histórica que apuesta por dedicar tanta energía al desarrollo material, al bienestar apoyado en las cosas, está tocando el fracaso y no ha hecho feliz al hombre occidental. No hay quien sostenga que somos más felices que los demás. ¿En qué podemos fundamentar que somos más felices que los hindúes, o los vietnamitas, o los senegaleses? Quizá algunos respondan asociando felicidad al llamado “estado del bienestar”. Esa asociación es una superficialidad y no se atiene a los problemas de fondo que son siempre existenciales. Y en cuanto al hecho de atender a los problemas existenciales en Occidente no estamos mejor que nadie. Pero podemos sostener que somos más superficiales, falsos y materialistas que otros. Y que tenemos un gran déficit de valores. Ya es hora de recomponer esto. Gracias a este fracaso de la línea que hemos desarrollado en la búsqueda de la felicidad quedaremos liberados y podremos orientarnos hacia algo un poco más profundo, algo más humano, rescatando aquellas cosas interesantes que se aportaron en esta parte del planeta. Y las redescubriremos.

Porque de no hacerlo, va a ser mucho peor. No tengamos duda, la única salida positiva es el reconocimiento del fracaso de los valores occidentales. La renegación de este fracaso aumenta la falsedad, la hipocresía y la traición a las intimas aspiraciones y, como consecuencia, la contradicción interna y la violencia que se desatará hacia el exterior o internamente provocarán destrucciones como ya las hemos conocido. Esperemos que hayamos aprendido la lección y no se repitan desastres del pasado como las dos grandes guerras mundiales, los holocaustos y las matanzas atómicas que han explotado en Occidente.
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*Circunstancial porque nadie ha elegido el país de nacimiento. Esto relativiza todo nacionalismo, todo orgullo patrio y lleva al absurdo todo intento de engrandecer el propio país por encima de los demás. Pero este hecho circunstancial no tiene por qué disminuir el amor por el país en el que nos ha tocado nacer.

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