En esta pandemia, me llama la atención el aspecto cultural y el mental, ya que comienzan a aparecer nuevas visiones, paradigmas y sobre todo, prioridades, que al multiplicarse incluyendo a una buena parte de la especie humana, pueden conducir a verdaderos y profundos cambios sociales.
En primer lugar, el confinamiento ha dado tiempo para reflexionar sobre lo que verdaderamente importa a cada cual. Aparecen distintas respuestas, pero curiosamente, no es la libertad lo que se pone en primer lugar sino la salud. Hay verdadera preocupación por la propia salud y la de los otros, ya que se entiende que la salud individual depende en una enorme medida de la salud y enfermedad de los que nos rodean.
Tengamos en cuenta que estamos hablando de una sociedad que hasta hace muy poco tiempo, consideraba tabú la muerte. Existían multitud de conductas que permitían huir del tema; más aún, hablar o proponer actitudes sensatas al respecto, eran consideradas de “mal agüero” y se pretendía que la muerte era algo que siempre pasaba a otros, que no era un tema a tratar; actitud que inevitablemente aumentaba el temor a la muerte. Con enorme rapidez, nos encontramos contabilizando muertes todos los días. Los medios de difusión se encargan de exponer el tema, comparar estadísticas y presentar los sitios donde se acumulan los cadáveres. No son imágenes de una guerra lejana, sino cercanas, quizás de nuestro vecindario; de manera que la huida de la muerte ya no es posible. No solo es necesario enfrentarse a la muerte personal, sino también a la probable muerte de gente querida, en particular los mayores.
Otra “nueva” prioridad que aparece con menos frecuencia es la vida, la simple vida humana por encima del enorme valor dado al dinero y al trabajo. El hecho de estar vivo y festejarlo, comienza a proclamarse, sobre todo cuando se antepone la economía a la lucha por estar vivos. Súbitamente, porque la vida se encuentra en peligro, mucha gente se pregunta si quiere vivir, y en qué condiciones. Frases como “no quiero morir por salvar Wall Street” dan mucho que pensar.
De manera que la salud y la propia vida comienzan a aparecer con frecuencia y van acompañadas de un tercer valor: el nosotros. Como enunciado más arriba, caemos en cuenta que la propia salud depende en gran medida de la salud de los que nos rodean. Los “otros” ahora importan, no es posible la propia curación sin la curación del conjunto. Por lo tanto, el registro del “nosotros”, que antes solo incluía la familia y algunos amigos o colegas, ahora se ha extendido al propio edificio, vecindario, provincia, comunidad y quizás en algunos casos al país. Pero, gracias a las comunicaciones, comienza a hacerse evidente que el planeta entero está sufriendo la pandemia y algunos visionarios pregonan que necesitamos superarla como especie, no simplemente como nación o estado. De hecho, ahora se habla de la posibilidad “europea” de salir en conjunto (o quebrar la supuesta unión), algunos van más allá al plantear que si no ayudamos a África en conjunto, todos sufriremos las consecuencias.
De manera que, aunque no existan indicadores de un “nosotros-especie-humana” existe la posibilidad de fortalecer esa ligazón.
En conexión con la pertenencia a un conjunto, aparece con mucha frecuencia la solidaridad. El interés y el cuidado de otros, surge en nuevos contextos. Por ejemplo, vecinos que solo se saludaban, ahora se preocupan unos por otros, ofrecen ayuda y en ocasiones, para los enfermos recluidos en casa, sus vecinos les cocinan, hacen compras, etc. Este es un paso enorme, superador del individualismo darwiniano al que habíamos llegado a acostumbrarnos, el famoso “sálvese quien pueda” ya no tiene cabida en un conjunto que ahora valora e implementa la solidaridad.
El cuidado de otros ha dejado de ser el trabajo más degradado en la escala social, ahora cobra un nuevo valor, ahora es una importante y valiosa tarea. De hecho, si los héroes del momento son los que trabajan en Sanidad (sin importar su rango), inmediatamente detrás están los que cuidan de enfermos y mayores.
Así es como advertimos la valorización de ciertos valores como la salud, la vida, el “nosotros”, la solidaridad y la valorización de los cuidadores; también advertimos que ciertos valores, hasta ahora priorizados, van perdiendo fuerza o son rechazados. Un claro ejemplo son las conductas individualistas, que ahora son criticadas a viva voz (ejemplo de un pueblo muy turístico que rechaza a visitantes bajo el grito de “¿Acaso queréis matar a nuestros mayores?”). No estamos hablando simplemente de quien se rebela frente al confinamiento y sale a pasear a la calle (poniendo en riesgo a quien se cruce), sino también el hecho de salir sin mascarilla, ya que cualquiera aparentemente sano, puede ser un asintomático y por lo tanto, puede estar contagiando a los demás. Más aún, salen artículos criticando la conducta individualista de cierta deportista que decidió correr en la montaña aisladamente, consiguiendo atención de fuerzas del orden y que se montase un operativo por su decisión (aunque no estuviera en peligro ni hubiese estado en contacto con alguien).
Al estar confinados en un espacio reducido, simplemente por el hecho de recibir menos percepciones, se agrandan las sensaciones del intracuerpo y por lo tanto, caemos en cuenta que nos agradan ciertas cosas, nos disgustan otras y ponemos atención a las nuevas sensaciones. Desde el hambre o la sed, que estaban amortiguados por las prisas cotidianas, a la esperanza y la calma que sobrevienen por momentos, percibimos con mucha claridad lo que nos pasa. Pero no solo advertimos los nuevos estados de ánimo, sino también los comparamos con nuestra anterior cotidianeidad. Es bastante frecuente que advirtamos lo mucho que nos gusta hablar con alguien, jugar con alguien o echar bromas con alguien. Hay todo un abanico de gustos, conductas e intereses que se abren y que teníamos ignoradas.
No hay ingenuidad en esta apreciación. Sabemos perfectamente que el confinamiento de personas con grandes contradicciones, puede aumentar su nivel de violencia interna. Cualquiera sea la forma de violencia, ya sea contra uno mismo, en la depresión, el sin-sentido o bien, hacia otros, tenemos que estar alerta, comprender, alertar o avisar sobre cualquiera de estas expresiones.
Pero, viendo la situación positivamente, están apareciendo muchas creatividades y la gama es enorme. Desde la creatividad para con la familia, hasta los hobbies que estaban aparcados por mucho tiempo. De hecho, están floreciendo vocaciones que pueden dar lugar a nuevos trabajos o expresiones artísticas.
Consecuencias :
¿Qué puede pasar si estas conductas se fortalecen e implican al gran conjunto social?
En primer lugar, veamos el caso de la salud como prioridad. Personas de muy distintas ideologías, incluyendo a los propulsores del desmantelamiento del estado de bienestar, coinciden ahora en la necesidad de una salud pública poderosa. Inclusive en sitios donde la salud privada era un ícono social (como es el caso de Nueva York con 160 hospitales privados y 11 públicos), ahora súbitamente reconocen que deben “luchar juntos” como un solo ente ante la pandemia.
A nivel local, español, es evidente que hay y habrá una fuerte tendencia a fortalecer la salud pública.
La vida humana cobra un valor que no tenía antes. Por primera vez, desde la aparición del “mito del dinero”, comienza a hablarse del tema fundamental de la vida. Socialmente hablando, esto puede ser la antesala de un despertar conjunto. Pero, aunque tal situación demore en su proceso, el solo hecho de la irrupción de la vida como valor por encima de la economía es un acto válido social.
Vinculado a la vida aparece el nosotros. La pertenencia a la especie humana viene fortalecida por la nueva sensibilidad ecológica. Defender el planeta significa sentir que, sin nuestra casa común, ninguno de nosotros tiene posibilidades, pero socialmente hablando, si todos pertenecemos a la misma especie y eso nos importa, más aún, nos conviene, necesitamos que toda la especie disfrute de condiciones saludables, lo cual superaría las actuales injusticias.
Por todo lo anterior, las posibilidades de un salto, de un cambio de paradigmas gracias a este susto, son enormes. El solo hecho del debilitamiento de la “dictadura del dinero”, llamémosla economía, ley del mercado, o con cualquier otro nombre, es un paso de gigante para destapar el anhelo de una vida mejor para millones de personas
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