29 nov 2020

Cuento "El Sentido" de Juan José Pescio

 


Esta breve historia surge a partir de una conferencia titulada “El origen existencial de la Religión Interior”, la que también po- dría haberse llamado “Los Proyectos Provisorios y el Sentido”. Fue dictada en Buenos Aires, el 5 de Mayo del 2003 y decía lo siguiente:

“Se supone con un grado muy alto de certeza, que en todas las épocas y culturas, los seres humanos han observado al lle- gar a la madurez, que el tiempo había transformado su cuerpo, que algunos seres queridos habían muerto y que eso inevita- blemente les iba a ocurrir a ellos también.

Ante esto pueden haber pensado, como una consecuencia lógica inexorable, que no tenía sentido seguir preguntándose y respondiéndose cosas, queriendo lograr afectos o posiciones como si fueran para siempre.

Lo único coherente con esa verdad con la que contaban de allí para adelante, era no ilusionarse más con un futuro ilimitado. A partir de ese momento, de todas las cosas que se les pudieran ocurrir, ninguna tenía sentido.

Entonces, elegían quedarse quietos. Quietos por dentro. No querían correr más detrás de nada. Elegían aceptar el fracaso con dignidad, sin negarlo más.

Algunos dijeron simplemente, así son las cosas, pero de la boca para afuera.

Alguno, de acuerdo con lo que pensaba, intentó quedarse quieto internamente, no tratar de engañar más a su fantasma, porque eso fatiga demasiado y es inútil.

Es posible que algunos seres humanos de todas las épocas, en ese quedarse quietos, alguna vez se sentaron solos bajo un árbol o en el piso de una cueva que servía de refugio. En la pre- historia por ejemplo, cerraron los ojos y escucharon el silencio por primera vez.

Y se enamoraron del vacío.

Y sintieron algo en su corazón que los llenaba de congoja y a la vez los colmaba de alegría.

La congoja tenia justificación, porque todas las ilusiones se estaban rompiendo en pedazos. Todo lo que creían de sí mis- mos y del mundo se estaba quebrando dolorosamente y com- prendían que se quedaban solos, sin salida, porque su inevita- ble futuro era desaparecer para siempre.

¿Sin embargo, por qué sentían hombres y mujeres esa alegría tan grande, esa nueva felicidad tan inmensa?


Nada sabemos nosotros sobre eso.

Pero cada uno de ellos estaba solo con esa quietud y no tenía a quien preguntarle estas cosas, aunque tuviera alguien a su lado.

Porque ya las preguntas y respuestas habían sido descarta- das de su mente, junto con todo lo demás imaginable, porque todo se había convertido en provisorio, hasta el saber.

Se había acabado la mentira.

Probablemente muchos hombres en cualquier época y en cualquier parte de la tierra, primero se habrán extrañado por esa alegría sin razón.

Y simplemente porque les gustó, volvieron a sentarse bajo ese árbol o en el fondo de la cueva.

Cuando estaban en otras actividades, seguramente se sentían atraídos por esos lugares, como si oyeran que éstos, alegremen- te, con una seducción amorosa que les hablaba a sus entrañas, los invitaban a volver.

Así poco a poco fueron descubriendo la quietud en el interior de su corazón y de su mente.

Por curiosidad, por explorar esa parte del mundo que no ha- bían mirado antes, fueron tanteando con la atención distintos lugares internos.

Por casualidad y porque abandonaron la búsqueda de la felicidad para siempre, encontraron la enorme felicidad en el presente, la que les proporcionaba el recogerse en el fondo del corazón y quedarse quietos, inmóviles, cuidadosamente silen- ciosos, descansando en la alegría.

Pueden haber ocurrido en todas las épocas millones de histo- rias parecidas a las que siguieron también millones de caminos distintos, pero no es extraño pensar, que el desarrollo interno


del espíritu, sea una parte “normal” de la evolución del hombre, un hombre que considera la muerte como algo realmente posi- ble para él y decide no mentirse, no ilusionarse más con falsas esperanzas.

Un ser humano en el que el resultado de su reflexión sea más

fuerte que su miedo.

Como ustedes habrán observado, continuó el visitante en tono de conferencia y con una seguridad fuera de lo común, es este sin ninguna duda, un ejercicio imaginativo, que intenta apresar en una imagen, la universalidad existencial que une a los seres humanos y que da origen, inevitablemente a aquella Experiencia Interior que lo conecta con un espacio y un tiempo, donde se vive en verdadera plenitud.

Vale decir que partiendo de un proceso simple, por el que va   a atravesar cualquier ser humano en cualquier época, podemos suponer con cierto rigor de verdad, que si alguien llega a admitir profundamente la presencia del tiempo en su vida y en el mundo (y decide no engañarse más con respecto a la permanencia de las cosas), necesariamente hace stop, detiene su imaginación movida por el miedo y ésta, entonces, no intenta perseguir más las cosas como antes.

Ese hombre sin ilusiones se propone ser feliz en el descanso que produce el maravilloso estado interno que ha descubierto.

Ya no le importa nada verdaderamente. Ni del mundo exter- no ni del intern

No puede perder nada, porque nada es de él para siempre.

Ahora sabe con certeza, que él mismo no es para siempre y por lo tanto, todo es provisorio.

¿Qué queda sino descansar en la quietud?

¿Qué queda sino escuchar ese llamado inexplicable?

Al llegar a este punto, sin apuro, el visitante que estaba de paso se sentó cómodamente y dijo con voz amable y en tono risueño:

“Cuentan que un anciano que estaba en silencio en su casa, en una vieja silla de respaldo alto, que aceptaba la imperma- nencia de las cosas (y era cierto porque ya no intentaba retener- las para sí), fue invadido por una luz muy clara, muy hermosa.

Nadie supo en el pueblo porqué hubo un fuerte resplandor, pero cuando el anciano les contó lo que le había sucedido, to- dos sintieron que era eso lo que más querían.

Era eso con seguridad lo que querían que les sucediera, aun- que en verdad, no podían decir por qué, pues no tenía ninguna relación con las cosas de la vida.

Si alguien les hubiera preguntado antes de este suceso, que era lo que más querían, jamás se les hubiera ocurrido mencio- nar esa luminosidad, ni esa quietud.

Y quizás por esa luz, o porque todos estaban compartiendo una misma experiencia nueva, o ambas cosas a la vez, a partir de ese momento los pobladores de aquel lugar comenzaron a ser más fe- lices.

Vivían con una alegría que no podían llamar humana, en el sentido corriente que tiene la palabra.

Eran personas que amaban el momento en que podían estar muy quietos en esa gloria sin nombre.

Se pasaban información respecto de lugares silenciosos, en una alegre complicidad. Se invitaban a las casas más alejadas del centro del poblado para sentir juntos la luz.

Al poco tiempo, muchas cosas que habían sido personales empezaron a ser de uso común y era muy difícil escuchar a alguien hablar de “lo mío” y de lo que había hecho.

Era un pueblo donde la gente, poco a poco se fue quedando callada.

Se solía ver a menudo alguien parado en medio de la calle o sentado en la plaza por un rato.

Se quedaban con los ojos cerrados, con una expresión calma en el rostro, respirando de un modo que no parecía que respiraran.

No había apuro por llegar a ninguna parte, pero sin embargo la gente estaba muy despierta, atendía a sus necesidades, era cuidadosa de lo que necesitaban los demás y no obstante se mantenían independientes.

Para darles una idea de cómo era la vida en ese pueblo, les cuento por ejemplo que una tarde vimos tres personas en una esquina, mirando muy callados una hoja.

Era la hoja de un árbol que un niño mostraba en la palma de su mano.

Se miraban entre ellos muy calmos y sonreían muy silencio- sos, muy serenos. Así pasaron un buen rato entre el recogi- miento y el asombro.


Uno de ellos tocó delicadamente la hoja con la punta de los dedos y comenzaron a correrle lágrimas por las mejillas.

A pesar de ello sonreía. Con una alegría que según contó más tarde era de agradecimiento.

Ese día en el pueblo el aire había estado muy fresco y trans- parente desde la mañana.

Continuará... 3

 

 

3- El Cuento se cierra con la promesa de que “Continuará” la historia de los habitantes de este pequeño pueblo en lo alto de la montaña. Aquellos habitantes encontraron el Sentido de la Vida que buscaban en medio de “un mundo donde se ha extendido un manto de violencia, de soledad y tristeza sobre las ciudades de los hombres”.

Vemos que el sistema actual funciona como la resistencia interna y externa a las experiencias internas profundas de “un nuevo sentido”, atrayendo y distrayendo a la gente con falsas esperanzas sobre una felicidad ilusoria individualista, posesiva y por lo tanto inalcanzable.

Creemos que es necesario ofrecer a conjuntos amplios de personas, las experiencias internas expresadas en el Cuento, pero al mismo tiempo, tratar de ayudar no sólo a satisfacer las necesidades básicas para la subsistencia colectiva, sino a contribuir a la superación de las resistencias internas y externas a la evolución de “lo humano”.


Tomado de: El Silencio. una investigaciôn sobre el contacto con lo sagrado


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