En: presentación del libro Mitos Raíces Universales. Silo
Las débiles creencias con las que nos movemos en la vida diaria, son fácilmente reemplazables a poco de comprobar que nuestra percepción de los hechos fue equivocada. En cambio, cuando hablamos de fuertes creencias sobre las que montamos nuestra interpretación global de las cosas, nuestros gustos y rechazos más generales, nuestra irracional escala de valores, estamos tocando la estructura del mito que no estamos dispuestos a discutir en profundidad porque nos compromete totalmente. Es más, cuando uno de estos mitos cae, sobreviene una profunda crisis en las que nos sentimos como hojas arrastradas por el viento. Estos mitos privados o colectivos orientan nuestra conducta y de su acción profunda sólo podemos advertir ciertas imágenes que nos guían en una determinada dirección.
Cada momento histórico cuenta con creencias básicas fuertes, con una estructura mítica colectiva, sacralizada o no, que sirve a la cohesión de los conjuntos humanos, que les da identidad y participación en un ámbito común. Discutir los mitos básicos de época significa exponerse a una reacción irracional de diferente intensidad conforme sea la potencia de la crítica y el arraigo de la creencia afectada. Pero, lógicamente, las generaciones se suceden y los momentos históricos cambian y así, lo que en un tiempo anterior era repelido, comienza a ser aceptado con naturalidad como si fuera la verdad más plena. Discutir en el momento actual el gran mito del dinero implica suscitar una reacción que impide el diálogo.
Este mito desacralizado muchas veces operó cerca de los dioses. Así, todos sabemos que la palabra «moneda» deriva de Juno Moneta, Juno Avisadora, al lado de cuyo templo los romanos acuñaban, precisamente, la moneda. A Juno Moneta se pedía abundancia de bienes, pero para los creyentes era más importante Juno que el dinero de cuya buena voluntad éste derivaba. Los verdaderos creyentes hoy piden a su dioses diferentes bienes y, por tanto, también dinero. Pero si verdaderamente creen en su divinidad ésta se mantiene en la cúspide de su escala de valores. El dinero como fetiche ha sufrido transformaciones. Por lo menos en Occidente, durante mucho tiempo tuvo como respaldo al oro, ese metal misterioso, escaso y atractivo por sus especiales cualidades. La Alquimia Medieval se ocupó de producirlo artificialmente. Era un oro todavía sacralizado al que se atribuía el poder de multiplicarse sin límite, que servía como medicamento universal y que daba la longevidad además de la riqueza. También ese oro movió afanosas búsquedas en las tierras de América. No me refiero solamente a la llamada «fiebre del oro» que impulsó a aventureros y colonizadores en Estados Unidos, más bien hablo de El Dorado que buscaban algunos conquistadores y que también estuvo asociado con mitos menores como la fuente de juventud.
Rápidamente nuestro interlocutor se defiende afirmando por ejemplo: «¡cómo que el dinero es un mito, si es necesario para vivir!»; o bien: «un mito es algo falso, algo que no se ve; en cambio el dinero es una realidad tangible mediante la cual se mueven las cosas», etc, etc, etc. De nada valdrá que expliquemos la diferencia entre lo tangible del dinero y lo intangible que se cree puede lograr el dinero; no servirá que observemos la distancia entre un signo representativo del valor que se atribuye a las cosas y la carga sicológica que ese signo tiene. Ya nos habremos convertidos en sospechosos. Inmediatamente nuestro oponente comienza a observarnos con una mirada fría que pasea por nuestra vestimenta, exorcizando la herejía mientras calcula los precios de nuestra ropa, ropa que indudablemente, ha costado dinero…, reflexiona en torno a nuestro peso y las calorías diarias que consumimos, piensa en el lugar en que vivimos y así siguiendo. En ese momento podríamos ablandar nuestro discurso diciendo algo así: «En verdad hay que distinguir entre el dinero que se necesita para vivir y el dinero innecesario»… pero esa concesión ha llegado a destiempo. Después de todo, allí están los bancos, las instituciones de crédito, la moneda en sus diferentes formas. Es decir, distintas «realidades» que atestiguan una eficacia que aparentemente nosotros negamos. Bien vistas las cosas, en esta ficción pintoresca, no hemos negado la eficacia instrumental del dinero, es más, lo hemos dotado de un gran poder sicológico al comprender que a ese objeto se le atribuye más magia que la que realmente tiene. El nos dará la felicidad y de alguna manera la inmortalidad, en la medida que impida que nos preocupemos por el problema de la muerte.
Pero un mito de fuerte arraigo, hace girar en torno a su núcleo a los mitos menores. Así, en el ejemplo que nos ocupa, numerosos objetos están nimbados por cargas transferidas del núcleo central. El automóvil que nos presta utilidad es también un símbolo del dinero, del «estatus» que nos abre las puertas a más dinero. Sobre ese particular Greeley dice: «Basta con visitar el salón anual del automóvil para reconocer una manifestación religiosa profundamente ritualizada. Los colores, las luces, la música, la reverencia de los adoradores, la presencia de las sacerdotisas del templo (las modelos), la pompa y el lujo, el derroche de dinero, la masa compacta (todo esto constituiría en otra civilización un oficio auténticamente religioso). El culto del automóvil sagrado tiene sus fieles y sus iniciados. El gnóstico no esperaba con más impaciencia la revelación oracular, que el adorador del automóvil los primeros rumores sobre los nuevos modelos. Es en ese momento del ciclo periódico anual cuando los pontífices del culto (los vendedores de automóviles), cobran una importancia nueva, al mismo tiempo que una multitud ansiosa espera impacientemente el advenimiento de una nueva forma de salvación».
Por supuesto no estoy de acuerdo con la dimensión, con la dimensión que ese autor atribuye a la devoción hacia el fetiche automóvil. Pero de todas maneras tiene la virtud de acercarse a la comprensión del tema mítico en un objeto contemporáneo. En verdad se trata de un mito desacralizado y, por tanto, tal vez pueda verse en él una estructura similar a la del mito sagrado pero justamente sin su característica fundamental de fuerza autónoma, pensante e independiente. Si el autor tiene en cuenta los ritos de la periodicidad anual, también vale su descripción para la celebraciones de los cumpleaños, Año nuevo, entrega del Oscar o ritos civiles semejantes que no implican una atmósfera religiosa como ocurre en los mitos sacralizados.
Para ir al vídeo: https://m.youtube.com/watch?v=PraYRHZj8Bk&pp=ygUbU2lsbyBwcmVzZW50YWNpb24gZGUgbWl0b3Mg
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