(Tomado de: La Mística en el Cristianismo Occidental, Conclusiones, de Susana Lucero, Parque de Estudio y Reflexión Punta de Vacas Centro de Estudios, Mendoza- Argentina)
El espíritu humano está en constante cambio, en constante crecimiento.
El germen de esa vida trascendente está latente en todo ser humano, es parte de nuestra humanidad. Así, para nosotros, la vida trascendental que anhelamos se nos revela en los actos de nuestra experiencia personal, que de repente cobran significados profundos. De esta manera nos vamos acercando a esos espacios y tiempos diferentes, esas entradas a esos “lugares” son las ascesis.
Que se da también en la historia de los grandes místicos, dentro del cristianismo, los poseedores de esa chispa espiritual, sus nombres son significativos, no sólo por sí mismos, sino como eslabones en la cadena de la creciente historia espiritual de la humanidad.
No son fenómenos aislados, sino que están relacionados por sus predecesores, cada uno va enriqueciendo la cadena y la propaga al futuro.
Es decir que cada místico, por más que sea original, se debe a sus antecesores espirituales, de ellos toman el lenguaje y sus conocimientos, su propia experiencia se agrega a esta cadena y pasa enriquecida a la próxima generación.
Los nombres que empujan esta espiral, suelen estar separados por grandes lapsos de tiempo, pero en toda época han habidos inspirados que han traspasado las barreras y los límites de su propia ascesis, traduciéndolos en forma poética y registrando en sus escritos los cambios en la conciencia que preceden y configuran la experiencia espiritual.
En el cristianismo, la mística se ha formado bajo el amparo de los monasterios, allí han surgido líneas ascéticas que trabajaron con procedimientos que se han modificado en el transcurso de los siglos, pero el proceso se cristaliza con Miguel de Molinos que degenera en quietismo que nos dice, que cuando el alma permanece quieta, obra en ella el Espíritu Santo, se somete a la voluntad divina aniquilando toda intencionalidad de proceso, por que la “Gracia divina” desciende desde lo alto y concede a quien mejor le parece la posibilidad de trascender.
En suma la mística cristiana es una forma de búsqueda de la Realidad, de lo Sagrado, de la Trascendencia, que se manifestó desde los orígenes del cristianismo y su etapa culminante se da en el renacimiento, que es donde comienza a declinar y en los siglos siguientes tiende a desaparecer.
Entrando en el siglo XX en los países occidentales aparece para muchos, desde el punto de vista espiritual y religioso, como el siglo de la secularización, la profunda crisis espiritual que ha llevado a algunos a advertir de la “muerte del espíritu”.
Pero nuevas formas de religiosidad y búsquedas espirituales están surgiendo, nuevas forma de expresión del sentimiento religioso que ha permitido que pensadores y filósofos se pronuncien sobre el retorno de lo sagrado, sin el ámbito de las organizaciones religiosas-políticas, sin el armado de iglesias edificios, sacerdotes, y ritos.
Así llegamos a nuestro tiempo y es ahí donde la mística siloista surge bajo el amparo de la Escuela y sus trabajos con las disciplinas, que a diferencia del cristianismo, esta es libertaria, intencional y direccional en sus procesos.
Se requiere una conciencia despegada de fatiga y una mínima educación de la reducción del foco atencional sobre un solo objeto. Continuar en la profundización de la suspensión hasta lograr el registro de “vacío”, significa que nada debe aparecer como representación, ni como registro de sensaciones internas. No puede, ni debe, haber registro de esa situación mental.
Nada se puede decir de ese vacío, no podemos hablar de ese mundo porque no tenemos registro durante la eliminación del yo. Podemos traducir posteriormente esas experiencias alegóricamente
Ese acercamiento a esos espacios o a vivir en esos espacios tan significativos para uno, es por inspiración que se entra a esos lugares. Es como la oración con que apelaban los místicos llamando a dios, que llega a ser obsesiva, hemos apelado a ese registro buscando las vías de entrada y la fuerza del propósito es lo que guía ese procedimiento, entendiendo el procedimiento como el modo de hacerlo que habilita la práctica.
Necesitamos comprender los procedimientos para entrar y los modos de hacerlos disponibles, la comprensión y acercamientos a esos fenómenos de esos estados alterados de conciencia. La comprensión de esos mecanismos que conectan con ese estado es para nosotros prioritario, comprender como existen esos fenómenos y como se hace para llegar a ellos.
Esos estados tan conocidos por los cristianos como el éxtasis, el arrebato y el reconocimiento, que llevaron a sus místicos a declarar… aquello de lo que no se puede hablar, hay que silenciarlo.
Ellos hablan de sus éxtasis, de sus raptos, que son estados alterados de la conciencia, haciendo diferencias entre alucinaciones y sus visiones internas –entendiéndose a la alucinación como error de la conciencia que se produce cuando aparecen representaciones que no han llegado por vía de los sentidos, y son percibidas fuera de la conciencia-.
En conclusión reconocemos en la mística cristiana una ascesis, con una metodología propia de entradas y grados. Cada místico la configura de acuerdo con su intuición, cuya concesión depende exclusivamente de la voluntad divina.
"Pero a pesar de todo… a pesar de todo… A pesar de ese desgraciado encierro, algo leve como sonido lejano, algo que comienza suavemente, se abre paso en el interior del ser humano… ¿Por qué, alma mía, esa esperanza? ¿Por qué esa esperanza que desde las más oscuras horas de mi infortunio, se abre paso luminosamente?
Silo, Inauguración de la Sala Sudamericana. Parque de Estudio y Reflexión La Reja. Buenos Aires, 2005.
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